El Corán y el Termotanque | Cuarto Número | Page 8

( o de la soledad)

ALL ONE

( o de la soledad)

Por Regina Cellino

El atardecer primaveral se asomaba más allá de las callecitas de agua y de los palacios y catedrales imponentes. Al tiempo que se acercaba a la parte de tierra firme de la ciudad para tomar un ómnibus hacia su próximo destino, recordaba la primera sensación que le había asaltado tres días antes cuando había comenzado la travesía sola. Las ganas de llorar y volver corriendo( volando, saltando, teletransportándose) a la comodidad y seguridad de su hogar, de lo conocido, hicieron que incluso unas lágrimas se revelaran sobre el vidrio en el que tenía apoyado el rostro, ella que nunca lloraba. El frío y la neblina, la soledad y la ausencia de movimiento, de gente, de ruido chocaron en su cabeza contra su deseo inmemorial de conocer esa ciudad. Pero no había vuelta atrás.

Ahora, tres días después, regresaba al mismo lugar de llegada para emprender no la vuelta, sino proseguir con el itinerario perfeccionista al que volvía una y otra vez por temor a cierto descuido que le hiciera perder algún colectivo o avión o confundir horarios o estaciones terminales. ¡ Qué diferente le parecía la parte terrestre del conjunto de islas que formaban la urbe! Era como si un muro invisible las separara y el viajero se introdujera en el archipiélago a través de un túnel temporal y espacial. Poner un pie en tierra era, de alguna manera, poner un pie en la realidad, al menos, momentáneamente; mientras que el otro lado quedaba perenne en un terreno difícil de asir con la memoria.
Un considerable grupo de turistas( y no turistas) se subieron al colectivo que, para ella, tenía hasta este momento un destino incierto. Preguntó tímidamente a una mujer que la miraba con un rostro amable como si supiera del miedo voraz que estaba siempre a punto de devorarla, si ese transporte la llevaba a la estación de ómnibus. Le contestó que sí, y se quedó a su lado para indicarle el lugar en el que debía bajarse. Veinte minutos después le señaló la parada y la despidió con una sonrisa semejante a la de una madre que deja ir a su niña con la confianza de saber que encontrará el camino. Una sonrisa que, en la soledad de un territorio distante, puede significar mucho más que cualquier otra cosa. Desde la parada, caminó unos metros hacia atrás hasta hallar la pequeña y austera terminal en la que no había absolutamente nadie. Se vio sola con un bolso de mano en un atardecer que pronto devendría noche. Leyó y volvió a leer las indicaciones del boleto: el lugar y la hora de arribo del ómnibus. No había dudas de que esa era la estación.
Esperó que el tiempo le ganara a la ansiedad( faltaba una hora para que se cumpliera el horario que indicaba el pasaje) sentada en una especie de banco de cemento, sola, preocupada. En realidad, la preocupación tenía que ver con la incertidumbre de saber o no saber si efectivamente llegaría a destino. Destino que había elegido casi por instinto. En tanto la espera se mezclaba con nerviosismo, escuchó en la lejanía unas voces de mujeres, cuya inflexión idiomática le sonó familiar. Tres jóvenes con mochilas pesadas se acercaban arrastrando los pies y conversando entre ellas en un lenguaje conocido y cercano. Tres extranjeras( con ella cuatro) eran las únicas pasajeras en la terminal desierta de una ciudad mitad de ficción mitad de realidad esperando el arribo de un colectivo que, hasta allí, se les presentaba irreal.
—¡ Al fin puedo volver a hablar!—, dijo emocionada y asombrada por el encuentro fortuito que parece que sólo puede suceder en las películas.( A lo largo de su viaje se convencería de que la soledad en estado puro es imposible). Por supuesto que no había estado muda esos tres días, pero casi. Balbucear unas cuantas palabras en un idioma que aún seguía aprendiendo para ordenar un plato, presentarse al conserje del hotel, comprar un boleto, era más que nada una tarea de articulación y vocalización. Hablar, lo que se dice hablar, sólo acontece cuando el pensamiento y los sentimientos pueblan cada una de las palabras pronunciadas, cuando ellas salen a borbotones, interrumpiéndose, pisándose los talones silábicos.—¿ A dónde van?—, les preguntó.— A Praga.—, contestó una de ellas, la única que se mostraba un poco más dispuesta a entablar diálogo con una desconocida cercana. Compartían el mismo objetivo y, por supuesto, el mismo ómnibus. Sin embargo, las cuatro estaban inquietas por la ausencia de información, de personal, de carteles o algún indicio que les asegurara fehacientemente que ese era el sitio correcto.
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