Novela por entregas
que brillan sudorosas y olores precisos. Sus amigos se impacientan y comienzan a buscar mujeres mientras él pide vino y bebe parado, apoyándose en una barra. Los hombres ríen mientras la noche se olvida de sí misma. Una mujer de rulos con un pañuelo en las manos lo mira. Tiene más de cincuenta años y en la penumbra sus dientes se ven grises y viejos. Le toma la mano y lo lleva por un pasillo ancho a una habitación con una cama y un taburete con una vela. La enciende y vuelve a mirarlo sin decirle nada. Él le da dinero, apaga la vela y se acuesta sobre ella. Sudan, la mujer con los ojos cerrados; él, triste y borracho. Ahora le dice algo pero él no entiende, sus palabras le suenan lejanas. De repente hace mucho calor en la pieza y sólo puede pensar en Ana Rosa, en su sonrisa que es para otro, en un mundo de ella donde él no es nada. Mira alrededor y sólo ve oscuridad. Su mano aprieta el cuello de la mujer, que tiene la cara muy roja, los ojos bien abiertos, mal aliento y una cadenita con un colgante de la virgen. Se da cuenta que está llorando y se pregunta qué está haciendo, qué sucede en ese momento. Lo comprende, está matando y eso de alguna manera es una pregunta. Aprieta más fuerte mientras la mujer se apaga como la vela que sopló para que la noche sea total y el día, absurdo, no llegue con su prolijidad de luz, de mentira.
Capítulo xvi
44
1964
Ramona Asunción Pérez se levantó temprano el 18 de noviembre, el último de los días de su vida. A la mañana una amiga le hizo una trenza gorda y compacta, y le preguntó si alguna vez había sido feliz. Cocinó fideos que comió con ganas y algún tipo de ansiedad para luego dormir la siesta obligada. Sólo precisó apoyar la cabeza para dejarse ir en un sueño rápido y tranquilo. Al despertar escuchó, en las maderas de la persiana, el leve ritmo de una llovizna frágil. Salió a la tarde y un cielo entre negro y azul, lleno de nubes rápidas, la mantuvo en el umbral de la puerta un buen rato: el tiempo parado del mundo cuando está solo. Con las otras mujeres limpiaron la casa en poco tiempo. Esperó su turno para bañarse y se puso una camisa rosa de seda, un poco usada de más, sin mangas. Dejó desabrochados los dos primeros botones y se miro las tetas y el colgante de la virgen con conformidad. La larga trenza fue perdiendo simpleza y ahora, presas de la humedad eléctrica del día, cabellos rebeldes se escapaban a la idea de su unidad.
Algunos clientes siempre llegaban temprano. Ella, junto a la mayoría, era de las más grandes y acechaban en la luz tenue de la casa en busca de los hombres que las jóvenes atraían con la potencia de la juventud. Supo tener habituales pero esos eran otros tiempos, cuando sus piernas eran motores hipnóticos de tensa piel. Ahora vendía su busto abundante, una mirada y caderas de ancha sensualidad. El calor, humano y natural, llenaba la casa y sacó un pañuelo para secarse las manos. Vio a uno tranquilo, bebiendo en la barra poblada, como si no estuviese en un prostíbulo. Lo mira y reconoce su advertencia en el hombre, lo toma de la mano y no espera una respuesta, lo lleva a una pieza de las últimas donde una ventana triste da al patio desordenado que no tiene un límite en relación a la llanura. Él apaga la vela que ella enciende, pero antes puede ver su propio dibujo en la pared; la trenza se abría como un abanico inquieto, disconforme la deshace y ahí su cabello parece ser un animal enorme en la sombra. Siente que se produce un cambio en la pieza y el hombre, que era algo que caminaba y respiraba impasible, adelanta una mano mientras sus ojos perdidos se endurecen en la oscuridad. Ella se acuesta y se levanta la pollera. Siente el sexo entrar avalado por su propia humedad y el goce invariable de la naturaleza promoviendo la reproducción; la vida queriendo ser vida. El acto sexual puebla la cama como si fuese agua que corre. En un momento él se irgue y su cabello espeso le tapa la cara borracha. Una mano se hace fuerte en su cuello. Balbucea un pedido que no logra articular del todo y siente el apretón dudar. Exhaló fuerte, entrevió una decisión y la mirada que alcanzó a ver en la cara del hombre sólo le prometió oscuridad. Se nublaron las cosas del todo y recordó la trenza, simple en la mañana, las manos de su amiga preguntándole por qué no fue feliz y quiso tanto estar ahí
Continúa en el próximo número