El Corán y el Termotanque | Cuarto Número | Page 37
Lo último en decoración. Gran negocio. A las señoras con
caniches les encantan. Son la vedette de los viveros, los cactus. El hombre los arranca febrilmente, relamiéndose de
su inteligencia económica. Vehemente, los apila. Los apila
en la caja del vehículo y pega un portazo para seguir con
su camino. El campo de cactus se extiende hasta donde las
montañas recortan el horizonte. Son figuras erguidas que
tienen algo de humano. Pacientes, inefables, observan. Son
miles. Y en silencio observan. Cactus abuelo. Cactus hombres y mujeres que con mirada punzante y aindiada guardan los secretos de los pueblos y los años. Cactus con los
brazos fracturados pero los ojos dignos en cada amanecer
naranja. Niños cactus que con cierta inocencia emergen a la
caricia protectora de la luz en el desierto.
El hombre pisa el acelerador. Se regocija en los cálculos
del gran negocio que podrá lograr. Masca un chicle bajo
en calorías y el sudor le baja por la frente. Inhala las bocanadas vitales y gélidas que le proporciona la máquina que
conduce. Hará publicidad, un nuevo emprendimiento. Lo
dejará a cargo de su hijo que recién se recibe en administración de empresas. Podrá conformar un rato a su esposa,
que ya se cansó de la cría de caniches y del coito cada vez
más ocasional. Podrá alcanzar a twittear sobre cómo se
alegra de que Barrick Gold haga algo útil con estas tierras
que no sirven para nada cuando el impacto contra el animal que cruzará la ruta lo lance despedido por el precipicio
y le dé muerte. Para cuando lleguen las ambulancias el
hombre habrá tenido algunos retweets. Tardaron más de
ocho horas para extraer el cadáver del cactus donde quedó
empalado.
Donde quedó el guanaco emergió un hermoso cactus de
flor roja. Donde murió el hombre, también
Por Maribel Bruzzo
Ilustra Nahuel Reta
CACTUS
Y CANICHES
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