que ser en la base de La Ricardo. Y así fue, los esperamos dos noches, a la tercera los vimos venir.
« Venimos a buscar lo que es nuestro », dijo Cesarito. Estábamos Paco y yo esperándolos, y Soro se había escondido detrás de una pequeña montañita de tetra brik. Ellos eran cinco pibitos, unas lauchitas que recién salían de noche desde la semana anterior. « No vamos a pelear, nos vamos a llevar lo que nos pertenece », dijo otro de los imbéciles, éste se hacía pasar por culto. « Si no van a pelear, rajensé de acá, pelotudos, porque los vamos a matar », dijo Paco, y Soro ya se preparaba para atacar por el flanco. La cosa prometía batalla campal. Nosotros no podíamos resignar lo que nos había costado tanto trabajo y sacrificio conseguir. Ellos
vi se querían quedar con las botellas que habían conseguido para hacer otra montaña en otro lado: nos admiraban, en el fondo.
De repente vemos que Soro sale corriendo de la oscuridad a los gritos. No se entendía bien qué decía, algo como « Rajen de acá, rajen de acá ». Dos de ellos huyeron y la cosa se emparejó. Entonces ellos atacaron primero, venían armados con palos y cosas así. Nosotros, que lo único que teníamos eran las botellas, las tuvimos que usar. Esa noche La Ricardo perdió unos diez metros de altura.
Tuvimos que dejar todo ahí. Al día siguiente las cosas ya no serían iguales. Todo había perdido brillo, nosotros no éramos los mismos. Teníamos los días contados, comenzaba la migración, dejamos la ciudad pueblo en mano de esos bandidos insoportables, nunca dejaremos de reprocharnos entre nosotros ese descuido
25