El Corán y el Termotanque | Cuarto Número | Page 17

8, 10, 11, 13, 16, 17, 25, 33 y un poquito a otro, para cubrirte: 0, 3, 9, 12, 15, 18, 32. Al día siguiente me despertó Julia a los sacudones. Tenía hambre y no se quería levantar sola. Mis viejos desayunaban en la puerta del departamento. El monoblock 18 da al playón de tierra. Papá le había ganado unos metros, para armar una especie de jardincito delantero, con rejas y todo. Es un beneficio que tienen los vecinos de planta baja, algunos ponen una pelopincho, huerta, mesita ratona, y hamaca paraguaya. Hasta el mediodía estuvimos de mate y facturas, viendo pasar a los perros, y a las gritonas cargadas de bolsas. Me preocupaba que apareciera el Santi y deschavara lo de la fábrica, así que antes de almorzar lo fui a poner al tanto de mis mentiras. —Igual, tengo algo armadito —le comenté—. Pero no quiero adelantar nada. —Como lo de Córdoba.—, dijo. —Tuve mala suerte.—, respondí. Tomamos una coca en la puerta de su casa, me volví fantaseando que le rompía los dientes. Por la tarde fui hasta el cajero, quedaban más o menos 16000 de la indemnización. Me daba un margen de dos meses para conseguir algo polenta, podía inventar que lo de Santiago se había caído, tirarle la bronca a él. Hice una siesta larga. Mamá dijo que yo antes no era tan dormilón. —Siempre que toma duerme así. —, le respondió ella. —Será que antes no tomaba. Apenas terminamos de cenar, Julia se acostó. Aproveché para ir al casino. Jugué toda la noche al 8, 11, 33, 17, 25, 0, 3, 32 y coroné el 18. Fui con dos mil, gané quinientos. El domingo comimos un asado. Después del almuerzo, papá sacó un whisky Caballito Blanco. Mamá y Julia tomaron café. —¿Cuando empezás en la fábrica, hijo?—, preguntó mi vieja —Mañana. —¿Ya mañana? Qué bueno. —Eh, ¿cómo no dijiste nada?—, me recriminó Julia. —Vos tampoco preguntaste —contesté—. Mañana al turno tarde. De plegador, creo. Al día siguiente me puse el pantalón azul, los borceguíes, y la camisa de trabajo. Escondí los dos mil quinientos del sábado, y arranqué otra vez para el casino. Si ganaba quinientos pesos por día, durante los seis días que me tocaba trabajar, cumplía con el sueldo estimado y podía guardar un poco para compensar los días malos. Repetí la jugada del sábado, sólo que además del 18 coroné el 33. Le pegué las primeras manos. Como estaba de racha, seguí jugando. En media hora pasé a ir perdiendo 100 pesos, pero no me desesperé, mantuve la estrategia y me terminé llevando cuatrocientos cincuenta mangos. Bastante bien. Para el viernes a la noche, había ganado dos mil. Se los di a ella. Le dije que como era nuevo me pagaban por semana. Después de tres meses empezaría a cobrar por quincena. —Mañana no trabajo —le dije—. ¿Querés que hagamos algo? —No sé, ¿algo como qué? —¿Al casino? —No sé. —Dale, dicen qu