El Corán y el Termotanque | Cuarto Número | Page 10

caso, más que un mapa tenía un rompecabezas. La cartografía entera de Google, que recordaba mentalmente, indicaba que la distancia desde Florenc( la estación de ómnibus de Praga) hasta el hotel era de un kilómetro aproximadamente. Nada más. Quince minutos la separaban del toilette y una ducha. El apetito de aseo había hecho que olvidara que aquella sería su primera experiencia en un hostel, especialmente, la experiencia de dormir con extraños en una misma habitación.
Con un ojo en el frente y con otro en el cielo, emprendió la búsqueda. Los pocos metros que había recorrido no le provocaron el asombro que esperaba de una urbe como Praga. ¿ Dónde estaban los castillos, los monumentos barrocos, las esculturas vigilantes y amenazadoras? ¿ Dónde iniciaban los versos del poema épico de la arquitectura que era Praga, según Rilke? Sólo era espectadora de una ciudad que comenzaba nuevamente la semana laboral, los trabajadores esperaban el metro o el ómnibus, los niños, para esa hora, se encontraban en las escuelas, pocas personas en las veredas de aquella parte de la capital checa que pertenecía al mundo del capital. Y ella, la extranjera. Por el momento, nada de qué maravillarse. Repentinamente, llegó hasta una calle peatonal en la que abundaban tiendas: ropa de marcas, comida rápida, casas de cambio de dinero. Allí decidió establecer una pausa y ver detenidamente una de las partes del mapa, a sus espaldas tenía, sin saberlo, la Plaza de Wenceslao. Según las pistas, Celetnà era una callecita que desemboca en la plaza de la Ciudad Vieja, Staromestske Namestiç, donde se encuentra el Reloj Astronómico, siguiendo por ella, tenía que toparse con el corazón de la Praga vieja y judía, y a pocos metros de aquel lugar se hallaba su alojamiento.
El tiempo de llegada comenzaba a dilatarse, los minutos se desdoblaban en calles y callecitas, en esperadas construcciones custodiadas por gárgolas que la miraban acechantes. La gran plaza de un barrio que ya no existe la sorprendió por el silencio que avasallaba. Cayó rendida ante el impenetrable murmullo de voces muertas que la rodeaban, por el miedo agudo que le despertaban las paredes de piedra, en fin, por la soledad que la envolvía y las palabras que no podía decir. Se sentó en el cordón que rodeaba el monumento a Jan Hus, divisó a lo lejos el puente Carlos y el impenetrable castillo que custodia la Praga bohemia, lo recordó solo también, en su casa del barrio Malà Strana, en su sed infinita y se sintió menos solitaria. Perdida en el tiempo y en el espacio, se pensó atrapada en diferentes temporalidades, Praga la desposeyó de sus pasados pensamientos cotidianos, pero ya no pudo decir más: cerró su boca, apretó los labios, se quedó quieta. Todo estaba en ella y no necesitaba nada. Dicen que cuando un extranjero llega por primera vez a la ciudad queda encantado con el Puente Carlos y el Barrio Pequeño, pero que sin embargo ya no volverá por segunda vez porque no saben qué hacer. Otros no pueden dejar de irse aunque ya no estén allí, y volverán interminables veces a buscar lo que no pudieron decir o a callar lo que en ese lugar comenzó a hablar

VOYAGER-1

Por Tomás Sufotinsky
El otoño circular, publicado por Baltasara Editora en 2015
Se abre el día por la ventana y uno quisiera observar las cosas en su verdadera dimensión. Tarea difícil.
Y sin embargo en estos tiempos el sol ya es un foco distante. Se abre el día por la ventana y uno observa y espera lograr algún color o algo, como el tesoro que se muestra y se esconde en el espacio vacío que deja un pájaro, cirro de aire vibrante, u otro jirón de viento que se arremoline atrapado dentro de la raquítica fronda que vaticina la flor del lapacho. Esperar a que se abra el día a la luz aun si viene con los colectivos y el humo, aun así, mientras sean del día.
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