EL CORONEL NO TIENE QUIEN LE ESCRIBA El coronel no tiene quien le es - Gabriel Garcia M | Page 47
Se sentía bien. Diciembre había marchitado la flora de sus vísceras. Sufrió
una contrariedad esa mañana tratando de ponerse los zapatos nuevos. Pero
después de intentarlo varias veces comprendió que era un esfuerzo inútil y se
puso los botines de charol. Su esposa advirtió el cambio.
—Si no te pones los nuevos no acabarás de amasarlos nunca —dijo.
—Son zapatos de paralítico —protestó el coronel—. El calzado debían
venderlo con un mes de uso.
Salió a la calle estimulado por el presentimiento de que esa tarde llegaría la
carta. Como aún no era la hora de las lanchas esperó a don Sabas en su oficina.
Pero le confirmaron que no llegaría sino el lunes. No se desesperó a pesar de
que no había previsto ese contratiempo. « Tarde o temprano tiene que venir» , se
dijo, y se dirigió al puerto, en un instante prodigioso, hecho de una claridad
todavía sin usar.
—Todo el año debía ser diciembre —murmuró, sentado en el almacén del
sirio Moisés—. Se siente uno como si fuera de vidrio.
El sirio Moisés debió hacer un esfuerzo para traducir la idea a su árabe casi
olvidado. Era un oriental plácido forrado hasta el cráneo en una piel lisa y
estirada, con densos movimientos de ahogado. Parecía efectivamente salvado de
las aguas.
—Así era antes —dijo—. Si ahora fuera lo mismo y o tendría ochocientos
noventa y siete años. ¿Y tú?
« Setenta y cinco» , dijo el coronel, persiguiendo con la mirada al
administrador de correos. Sólo entonces descubrió el circo. Reconoció la carpa
remendada en el techo de la lancha del correo entre un montón de objetos de
colores. Por un instante perdió al administrador para buscar las fieras entre las
cajas apelotonadas sobre las otras lanchas. No las encontró.
—Es un circo —dijo—. Es el primero que viene en diez años.
El sirio Moisés verificó la información. Habló a su mujer en una mescolanza
de árabe y español. Ella respondió desde la trastienda. Él hizo un comentario para
sí mismo y luego tradujo su preocupación al coronel.
—Esconde el gato, coronel. Los muchachos se lo roban para vendérselo al
circo.
El coronel se dispuso a seguir al administrador.
—No es un circo de fieras —dijo.
—No importa —replicó el sirio—. Los maromeros comen gatos para no
romperse los huesos.
Siguió al administrador a través de los bazares del puerto hasta la plaza. Allí lo
sorprendió el turbulento clamor de la gallera. Alguien, al pasar, le dijo algo de su
gallo. Sólo entonces recordó que era el día fijado para iniciar los entrenamientos.
Pasó de largo por la oficina de correos. Un momento después estaba
sumergido en la turbulenta atmósfera de la gallera. Vio su gallo en el centro de la