EL CORONEL NO TIENE QUIEN LE ESCRIBA El coronel no tiene quien le es - Gabriel Garcia M | Page 46

No necesitó abrir la ventana para identificar a diciembre. Lo descubrió en sus propios huesos cuando picaba en la cocina las frutas para el desay uno del gallo. Luego abrió la puerta y la visión del patio confirmó su intuición. Era un patio maravilloso, con la hierba y los árboles y el cuartito del excusado flotando en la claridad, a un milímetro sobre el nivel del suelo. Su esposa permaneció en la cama hasta las nueve. Cuando apareció en la cocina y a el coronel había puesto orden en la casa y conversaba con los niños en torno al gallo. Ella tuvo que hacer un rodeo para llegar hasta la hornilla. —Quítense del medio —gritó. Dirigió al animal una mirada sombría—. No veo la hora de salir de este pájaro de mal agüero. El coronel examinó a través del gallo el humor de su esposa. Nada en él merecía rencor. Estaba listo para los entrenamientos. El cuello y los muslos pelados y cárdenos, la cresta rebanada, el animal había adquirido una figura escueta, un aire indefenso. —Asómate a la ventana y olvídate del gallo —dijo el coronel cuando se fueron los niños—: En una mañana así dan ganas de sacarse un retrato. Ella se asomó a la ventana pero su rostro no reveló ninguna emoción. « Me gustaría sembrar las rosas» , dijo de regreso a la hornilla. El coronel colgó el espejo en el horcón para afeitarse. —Si quieres sembrar las rosas, siémbralas —dijo. Trató de acordar sus movimientos a los de la imagen. —Se las comen los puercos —dijo ella. —Mejor —dijo el coronel—. Deben ser muy buenos los puercos engordados con rosas. Buscó a la mujer en el espejo y se dio cuenta de que continuaba con la misma expresión. Al resplandor del fuego su rostro parecía modelado en la materia de la hornilla. Sin advertirlo, fijos los ojos en ella, el coronel siguió afeitándose al tacto como lo había hecho durante muchos años. La mujer pensó, en un largo silencio. —Es que no quiero sembrarlas —dijo. —Bueno —dijo el coronel—. Entonces no las siembres.