EL CORONEL NO TIENE QUIEN LE ESCRIBA El coronel no tiene quien le es - Gabriel Garcia M | Page 44

médico—. Estoy seguro de que revenderá el gallo por novecientos pesos. —¿Usted cree? —Estoy seguro —dijo el médico—. Es un negocio tan redondo como su famoso pacto patriótico con el alcalde. El coronel se resistió a creerlo. « Mi compadre hizo ese pacto para salvar el pellejo» , dijo. « Por eso pudo quedarse en el pueblo» . « Y por eso pudo comprar a mitad de precio los bienes de sus propios copartidarios que el alcalde expulsaba del pueblo» , replicó el médico. Llamó a la puerta pues no encontró las llaves en los bolsillos. Luego se enfrentó a la incredulidad del coronel. —No sea ingenuo —dijo—. A don Sabas le interesa la plata mucho más que su propio pellejo. La esposa del coronel salió de compras esa noche. Él la acompañó hasta los almacenes de los sirios rumiando las revelaciones del médico. —Busca enseguida a los muchachos y diles que el gallo está vendido —le dijo ella—. No hay que dejarlos con la ilusión. —El gallo no estará vendido mientras no venga mi compadre Sabas — respondió el coronel. Encontró a Álvaro jugando ruleta en el salón de billares. El establecimiento hervía en la noche del domingo. El calor parecía más intenso a causa de las vibraciones del radio a todo volumen. El coronel se entretuvo con los números de vivos colores pintados en un largo tapiz de hule negro e iluminados por una linterna de petróleo puesta sobre un cajón en el centro de la mesa. Álvaro se obstinó en perder en el veintitrés. Siguiendo el juego por encima de su hombro el coronel observó que el once salió cuatro veces en nueve vueltas. —Apuesta al once —murmuró al oído de Álvaro—. Es el que más sale. Álvaro examinó el tapiz. No apostó en la vuelta siguiente. Sacó dinero del bolsillo del pantalón, y con el dinero una hoja de papel. Se la dio al coronel por debajo de la mesa. —Es de Agustín —dijo. El coronel guardó en el bolsillo la hoja clandestina. Álvaro apostó fuerte al once. —Empieza por poco —dijo el coronel. « Puede ser una buena corazonada» , replicó Álvaro. Un grupo de jugadores vecinos retiró las apuestas de otros números y apostaron al once cuando y a había empezado a girar la enorme rueda de colores. El coronel se sintió oprimido. Por primera vez experimentó la fascinación, el sobresalto y la amargura del azar. Salió el cinco. —Lo siento —dijo el coronel avergonzado, y siguió con un irresistible sentimiento de culpa el rastrillo de madera que arrastró el dinero de Álvaro—. Esto me pasa por meterme en lo que no me importa.