EL CORONEL NO TIENE QUIEN LE ESCRIBA El coronel no tiene quien le es - Gabriel Garcia M | Page 20

« Éste es el milagro de la multiplicación de los panes» , repitió el coronel cada vez que se sentaron a la mesa en el curso de la semana siguiente. Con su asombrosa habilidad para componer, zurcir y remendar, ella parecía haber descubierto la clave para sostener la economía doméstica en el vacío. Octubre prolongó la tregua. La humedad fue sustituida por el sopor. Reconfortada por el sol de cobre la mujer destinó tres tardes a su laborioso peinado. « Ahora empieza la misa cantada» , dijo el coronel la tarde en que ella desenredó las largas hebras azules con un peine de dientes separados. La segunda tarde, sentada en el patio con una sábana blanca en el regazo, utilizó un peine más fino para sacar los piojos que habían proliferado durante la crisis. Por último se lavó la cabeza con agua de alhucema, esperó a que secara, y se enrolló el cabello en la nuca en dos vueltas sostenidas con una peineta. El coronel esperó. De noche, desvelado en la hamaca, sufrió muchas horas por la suerte del gallo. Pero el miércoles lo pesaron y estaba en forma. Esa misma tarde, cuando los compañeros de Agustín abandonaron la casa haciendo cuentas alegres sobre la victoria del gallo, también el coronel se sintió en forma. La mujer le cortó el cabello. « Me has quitado veinte años de encima» , dijo él, examinándose la cabeza con las manos. La mujer pensó que su marido tenía razón. —Cuando estoy bien soy capaz de resucitar un muerto —dijo. Pero su convicción duró muy pocas horas. Ya no quedaba en la casa nada que vender, salvo el reloj y el cuadro. El jueves en la noche, en el último extremo de los recursos, la mujer manifestó su inquietud ante la situación. —No te preocupes —la consoló el coronel—. Mañana viene el correo. Al día siguiente esperó las lanchas frente al consultorio del médico. —El avión es una cosa maravillosa —dijo el coronel, los ojos apoy ados en el saco del correo—. Dicen que puede llegar a Europa en una noche. « Así es» , dijo el médico, abanicándose con una revista ilustrada. El coronel descubrió al administrador postal en un grupo que esperaba el final de la maniobra para saltar a la lancha. Saltó el primero. Recibió del capitán un sobre lacrado. Después subió al techo. El saco del correo estaba amarrado entre dos tambores de petróleo.