Sigo hacia delante y mis piernas no dejan de sangrar, y cada vez grito más por que aquellas ramas me estaban matando. Aunque la luz de cada vez estaba más cerca, dudaba sobre si sería capaz de llegar antes de que mis piernas me abandonasen.
Ya casi puedo distinguir el prado, la luz solar, y un gran sendero de colores vivos los cuales me motivan a esforzarme un poco más. A tan solo unos metros de llegar, mis piernas me abandonan y tengo que arrastrarme para llegar, mi cara y mi cuerpo entero se llenan de heridas y temo el no llegar jamás.
Por fin soy capaz de tocar con mi mano derecha el césped de un color verde intenso, un césped tan cómodo que me gustaría poder dormir ahí para siempre, y sin darme cuenta, mi cuerpo, sangrando de arriba abajo, con mis piernas inmóviles y arrastrándome por el suelo llegaba al prado donde alguien se acercó y me dijo:
-