EL BOLCHEVISMO DE MOISÉS A LENIN - DITRICH ECKART EL BOLCHEVISMO DE MOISÉS A LENIN - DITRICH ECKART | Page 12
esa época concienzudamente, dice por ejemplo de los canaítas que en todos
los promontorios y bajo cada árbol frondoso ponían ofrendas devotas al dios
solar y a Ashvera, la diosa portadora de lo sagrado; y luego equipara esta
práctica tan hermosa y poética con la piadosa costumbre que tiene la población
de nuestras aldeas católicas de reverenciar a las alturas con ciertas capillas
ocultas en la roca de las montañas» (20) .
«Ya sólo José» –enuncio yo- «se bastó para abatir por medio de sus
maniobras de rapiña a 31 reyes con sus pueblos, incluidos entre ellos, algunos
que le habían confiado plenamente sus destinos. Una y otra vez vuelve a
aparecer el siniestro dicho de: “y no dejarás que nadie sobreviva”. Como los
judíos por sí solos no se bastaban, la chusma del pueblo y sus sucesivos
descendientes han tenido que ser como si dijéramos la herramienta indicada, la
tropa de choque a su servicio, y no sólo necesariamente para desfigurar la
verdadera fuente inspiradora de los acontecimientos, sino también porque los
hijos de Israel han endosado desde siempre lo que es el momento en sí del
trabajo peligroso a los pardillos gentiles, y tanto más necesario ha sido hacerlo
entre aquellos pueblos en los que sin el concurso de la embestida de tales
embrutecidos aliados suyos los judíos hubieran sido demasiado débiles. Es
fascinante la visible y rebosante satisfacción con la que se enumera en detalle
a cada uno de los reyes abatidos. No puede uno dejar de pensar en ese punto
en el que el profeta Isaías arranca a despotricar como un poseso: “La ira del
Señor rezuma de cada matorral de esta tierra” -y en términos sucesivos: “os colmará de
holocaustos en respuesta, vuestra nación se incendiará de infortunio, vendrá un hado que la
convertirá en un desierto, que hará que vuestros regentes se llamen regentes sin nación, y que
todos vuestros príncipes hallen la muerte” (21) . Aunque entre Isaías y José yacen
cientos de años, vemos que esa ira infernal que inspiran los reinos gentiles no
se ha modificado ni en un ápice».
«Ni se modificará aunque pase la eternidad entera» –prosigue Hitler,
«en lo que respecta a los reyes y a los regentes que podamos tener. Hay que
librarse de esa acción suya; y el camino para ello pasa más por la maña que
por la fuerza. Un dirección política sólida, y se le quita la presa del pico a los
judíos. Pero tal será verdaderamente sólida sólo cuando haya calado del todo
en el pueblo, cuando sea capaz de generar en su interior el bienestar hasta en
el más nimio de los extremos, cuando, inspirado por la firme creencia en la
valía de todo ello, neutralice de antemano toda influencia desvirtuadora,
cuando no se limite en consecuencia a ser nacional, sino también social hasta
la médula de los huesos. Soy perfectamente consiente de lo que digo al afirmar
esto: llegará el día en el que cada uno de los principales pueblos del mundo
tendrá una dirección política semejante; y en ese momento se constatará
admirado que éstos, en vez de aniquilarse mutuamente como hasta ahora,
velarán unos por otros y se respetarán entre ellos. Pues en ese momento se
habrá puesto fin al azote del ansia de conquista, de la voluptuosidad del poder,
del recelo mutuo -sentimientos desatados en el presente, pero que,
desandando su cauce, puede verse que encuentran su foco sólo en aisladas
minorías, y no en la generalidad de las personas, que es de buena voluntad; se
habrá puesto fin al engañoso mercadeo de una confraternización universal
impuesta, la consumación de la cual con carácter verdadero sólo sería posible
bajo el requisito previo de la exclusión del juego del eterno perturbador de la
paz, el judío. En caso contrario semejante ensayo sería superfluo; los pueblos
se estarían engañando a sí mismos por esta senda».
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