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Ciudad de México / Septiembre 15, 2020.
LOS NÚMEROS CUENTAN
Antonio Contreras
[email protected]
2021: Odisea del despacio
El análisis del Presupuesto de Egresos de la Federación —o, dicho de modo
más sencillo, en qué gasta el Gobierno mexicano el dinero que le damos—
es la puerta de entrada al planteamiento inevitable: después de decrecer
en 2019 (poco) y en 2020 (mucho), no recobraremos el nivel de Producto
Interno Bruto (PIB) del año pasado hasta mediados de 2025. Un sexenio y más
en apenas recobrar lo que perdimos por el cambio decretado por Morena y la
pandemia de COVID-19.
La primera conclusión, contundente, es la necesidad de apegarse a los hechos:
Sólo tres renglones del presupuesto
representan dos tercios del gasto:
a) participaciones a los estados para
que cubran su gasto corriente o, en
otras palabras, para que vayan tirando.
Principio de federalismo aplicado,
con asignaciones por entidad
(independientes de la contribución),
basadas principalmente en el número
de habitantes: Nuevo León aporta
mucho, pero recibe lo mismo que estados
que aportan poco pero reciben
de la Federación dinero esencial para
sostenerse; b) aportación del Gobierno
a pensiones, principalmente por
esquemas diferentes del de la mayoría:
especiales, para privilegiados, y
además muy caros. Y c) pago del servicio
de la deuda.
La economía informal es mayoritaria:
32 millones de mexicanos, casi
60 por ciento de la Población Económicamente
Activa. Válvula de escape
cuyo origen se remonta a finales de
la década de los años ochenta; basta
recordar, quienes ya andábamos por
aquí, el auge de peseros y taxis amarillos,
que luego se volvieron ecológicos,
por lo menos en el color (verde).
Son 32 millones de paisanos que no
tienen prestaciones ni seguridad social.
La COVID-19 nos mostró la realidad
de muchos mexicanos sin salida
cuando la calle se cerró.
Además, hay 5.7 millones de personas
que se declaran dispuestas a emplearse
en algún trabajo pero que dicen no
tener esperanza de conseguirlo.
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Y, por último, los 2.5 millones de
mexicanos en desempleo abierto:
busco trabajo, pero no lo encuentro.
En el mundo somos el país número
uno en obesidad infantil y el número
dos en obesidad de adultos. Con una
población cada vez mayor que envejece,
la diabetes, los males cardiacos
y otras consecuencias de la cintura
de más de 90 centímetros ponen en
jaque una estructura de servicios de
salud que sobrevive por el heroísmo
de quienes ocupan la primera fila de
defensa: médicos, enfermeras y demás
personal de centros de salud, que
se la juegan ante la falta de recursos y
apoyos ocasionada por la ausencia de
programas y la corrupción.
La quinta parte de la población se encuentra
en condiciones de pobreza,
por debajo de los tres salarios mínimos
de ingreso (algo así como 7,500
pesos al mes).
La conclusión no es compleja: la inseguridad,
el descuido del medio ambiente
y la inquietud social son causados por
un factor sencillo de identificar: la gran
mayoría se despierta todas las mañanas
preguntándose qué le depara una jornada
incierta y cómo la sobrevivirá.
Cuando criticas la manera de actuar
de alguien, la respuesta habitual es inmediata:
“¿Por qué no propones algo?”.
Ante el reto de ser constructivo
y plantear una
solución, la mente se
nos queda en blanco. Sin
embargo, en este caso la
crisis es tan evidente que
la solución es obvia.
Lo primero es plantear
la necesidad de hacer
más con menos en
los tres renglones principales
del presupuesto,
esos que reciben dos tercios
del total: pensiones a los mexicanos
de primera, participaciones a los estados
y pago del servicio de la deuda.
La solución es sencilla, pero implica
decisiones difíciles: “Muchachos que se
retiran a los 50 años con su último ingreso
al ciento por ciento o más, ¿qué
creen? Que ahora se van a retirar a los
65 años, con opción de hacerlo desde
los 60, con 75 por ciento de la pensión;
y se les van a promediar los últimos cinco
años de ingreso y se va a calcular el
monto con base en las semanas cotizadas
utilizando UMAS”.
¿Participaciones a los estados? De
acuerdo. No podemos reducirlas, pero sí
podemos aumentar la vigilancia sobre el
destino de los recursos.
¿Pago del servicio de la deuda? Creo
que llegó el momento de pedir a los
prestamistas que asuman su responsabilidad.
¿Nos prestaron de más? ¿Los
plazos no son adecuados? ¿La tasa de
La COVID-19 nos
mostró la realidad
de muchos
mexicanos sin
salida cuando la
calle se cerró
#Opinión
interés es alta? Claro que no vamos a
dejar de pagar. El riesgo-país ya ha sido
sacudido por la ineptitud reciente. Pero
una negociación profunda pasa por modificar
las condiciones. Eso queda claro.
¿Y cuál es el propósito de las medidas?
Evitar el déficit. “El equilibrio fiscal
es un postulado neoliberal”, clamarán
quienes están interesados en confundir
y dividir. Neoliberal o chairo, se debe
hacer caso omiso de tales conceptos.
Dicen los voceros morenistas que
México debe crecer a tasas asiáticas, es
decir, arriba de 6 por ciento, y sostienen
que eso se logró en el periodo 1935-1982.
Defienden, aunque parezca increíble,
a Luis Echeverría Álvarez y José López
Portillo, quienes sumieron a México en
una crisis profunda después de la “Docena
trágica”. Tal vez sea necesario crecer
a esa tasa. Todo se resolvería automáticamente:
más empleo, más recaudación
y, por ende, menos inseguridad.
Tomémosles la palabra a quienes
quieren crecer mucho. Si queremos crecer
como China, tal vez debamos empezar
a hacer lo que hizo el gigante asiático
para pasar de 150 dólares al año por
habitante en 1980 a 10,000 dólares en
2020: inversión en infraestructura, en
educación y en salud.
Si el gas y la electricidad llegan a una
localidad en cantidad y calidad suficientes,
esa región va a crecer, sin duda; si
más personas desarrollan el capital humano
requerido para realizar el proyecto
de inversiones foráneas y domésticas,
el crecimiento y el desarrollo llegarán
como consecuencia; y, si se toman las
medidas necesarias para
propiciar la reducción
de talla de tanto gordo,
las condiciones de
salud de los mexicanos
mejorarán, y por consiguiente
serán necesarias
menos instalaciones y
menos personal médico
para atenderlos.
La inversión en infraestructura
tiene una
gran ventaja: no es un
gasto corriente. Se realiza
la obra y después se disfruta de sus beneficios.
Hay que darle mantenimiento, por
supuesto, pero lo fuerte ya está hecho.
¿Y la educación? No hay mejor ejemplo
de la subordinación de un interés
nacional a la conveniencia política del
momento que la cancelación de la reforma
educativa, medida teñida de un tinte
nacionalista tan absurdo como el de defender
al Pemex “que es nuestro”.
Es indispensable ligar los programas
educativos a las necesidades de los proyectos
de inversión; o eso o seguir siendo
una nación maquiladora. Alta calidad de
maestros confirmada con evaluaciones,
seguimiento de asistencia y ejecución de
programas.
A partir del 2021, iniciar la “Odisea
del despacio”, esto es, tener paciencia
para un proyecto transexenal; olvidar
resultados y concentrarnos en el proceso
de inversión y regularización de una
situación que ya no se sostiene.