Ciudad de México / Septiembre 15, 2020. 21
El plACER DE
DISENTIR
Oscar González Legorreta
[email protected]
“Ahora es cuando te doy
un consejo, y tú pretendes
que escuchas. Me gusta
esta parte”.
James Wilson, Dr. House, M. D.
Con gran gusto estoy de vuelta, mi
querido lector. En esta ocasión
para compartir uno de los paradigmas
que me han parecido más interesantes
en mi carrera como innovador
y generador de ideas disruptivas, ambas
denominaciones ampliamente usadas
hoy pero que simplemente describen el
enfoque según el cual se debe utilizar la
creatividad para resolver problemas o desafíos,
lo que en realidad no es nada nuevo,
pues innovar es y ha sido una constante
en los negocios y en la vida misma
de nuestra sociedad desde tiempos inmemoriales.
Creo que podemos comenzar por mostrar
un ejemplo del funcionamiento del
paradigma y posteriormente encuadrarlo
en el marco teórico.
Pienso que prácticamente nadie es
ajeno a un personaje del cine que ha permanecido
en el gusto del público por varias
generaciones. Si no me equivoco, su
franquicia es, por mucho, la más larga de
la historia. Incluso ahora mismo, cuando
pienso en la descripción del personaje,
debo elegir muy bien las palabras para
mencionar sus características, pues el
significado de éstas ha ido cambiando a
lo largo de más de cinco décadas.
Me refiero al comandante James Bond,
miembro de MI6, la agencia de inteligencia
británica. Es un agente secreto cuya
carrera se inició en la era de la posguerra
y quien cuenta con la denominada “licencia
para matar”, lo que se identifica por el
doble cero que precede a su número de
identificación, el 7 (007).
La ilustración del paradigma ocurre
cuando observamos que este personaje
ha sido interpretado en el cine por siete
actores, seis de ellos en lo que se considera
la saga oficial de películas.
¿Quién puede ser James Bond?
Cada vez que ocurre un cambio de intérprete
toma lugar un fenómeno peculiar,
que se inicia con la evaluación de los
candidatos que podrían desempeñar el
rol. Las opiniones son diversas, e incluso
a veces están polarizadas. Ahora mismo,
cuando el actor Daniel Craig deja el personaje,
hay listas que circulan por todas
El efecto Bond
partes, desde la red hasta las revistas de
entretenimiento, que mencionan candidatos
absolutamente disímbolos. Varios
ni siquiera son británicos, característica
obvia del personaje. Las nacionalidades
van desde estadounidenses hasta australianos.
Incluso alguno de raza negra.
Cada uno de nosotros podría tener una
opinión distinta. Ése no es el punto que
debemos destacar. Se dice, cuando hablamos
de futbol por ejemplo, que en España
podría haber millones de listas de seleccionados
para su equipo nacional. Tantas
listas como ciudadanos españoles, pues
cada uno tiene su propia visión y, por lo
tanto, su lista particular de seleccionados.
Eso es totalmente humano y común.
El fenómeno interesante viene después,
cuando la película protagonizada por el
elegido es finalmente exhibida. El primer
paso da lugar cuando una pequeña minoría
aprueba al nuevo intérprete, o incluso
“escandalosamente” expresa que lo hace
mejor que el anterior. A otros eso les parecerá
un auténtico sacrilegio, pues el intérprete
saliente, aquel que se ha retirado,
“era James Bond”. Ocurre ahí un choque
de visiones, que es el punto medular del
paradigma. Ningún actor es James Bond.
Todos son intérpretes, pero grupos dentro
del público han llegado a aceptar a alguno
de ellos como el intérprete correcto.
Y lo que viene a continuación resulta
sorprendente.
El paradigma se presenta cuando el
nuevo intérprete hace suyas las frases, la
manera de pensar y las actitudes del personaje
y aparece una y otra vez en nuevas
películas. En una palabra, hace suyo el rol,
y finalmente se lo acepta de forma generalizada.
Se convierte en el personaje. Lo
encarna.
La aceptación popular no puede ocurrir
si el público no va cambiando de
grupo. Ocurre si quienes inicialmente no
aceptaban a un actor como el adecuado
acaban dando su aprobación o su admiración.
La primera y más importante conclusión,
a efectos de aclarar el mensaje que
quiero transmitirte, es que esto sucede
gradualmente. Es un proceso que indefectiblemente
toma tiempo.
Hay una segunda conclusión, en la cual
no abundaré, que se puede inferir fácilmente.
Cualquiera que haya visto algunas
películas con diferentes intérpretes tendrá
su opinión sobre quién lo ha hecho
mejor. ¿Mejor? ¿Cómo alguien podría dar
esa calificación si no ha leído una sola novela
sobre el personaje? Lo que ocurre en
una inmensa mayoría del público es que
cada persona juzga bajo su propio criterio,
es decir, desde sus propias creencias
personales sobre el personaje; según su
propio entendimiento de “cómo debería
ser”, y nada más. Algo bastante subjetivo.
Pues bien, mi querido lector, ocurre
algo muy similar con la innovación.
Un camino gradual
Hablé de un caso práctico, tomado de
la vida común, y ahora me voy al otro extremo,
al marco teórico. Ken Blanchard,
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décadas revolucionó el management en
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Estados Unidos y el mundo, explica en su
libro Know can do! los seis pasos que se
requieren para transitar del rechazo a la
asimilación, un marco teórico que podría
explicarnos cómo sucede el efecto Bond.
Blanchard afirma que para que se
acepte una idea nueva debemos exponerla
repetidamente, una y otra y otra vez,
sabiendo que es la repetición la clave para
que finalmente obtenga un lugar. Indica
que la repetición lleva un ritmo, algo que
a veces en el mundo moderno parece que
hemos olvidado. No funciona la repetición
incesante. Hay que dar espacio entre
cada repetición para permitir que el público
asimile gradualmente la nueva idea.
Así, la primera exposición muy probablemente
nos traerá rechazo. Frecuentemente,
la nueva idea entrará en conflicto
con ideas preconcebidas en el público,
cosas como lo que “debe ser”.
La segunda exposición suele causar
resistencia, algo como “estoy de acuerdo,
pero no la puedo aceptar”.
En la tercera comienza una aceptación
parcial; aunque pueden presentarse reservas,
prejuicios o preocupación.
La cuarta exposición es probablemente
la más divertida, pues el público frecuentemente
la expresa indicando cosas como
“siempre lo pensé así” o “estuve de acuerdo
desde el principio”; aunque eso no sea
necesariamente verdad. En ese momento
se logra la aceptación completa.
La quinta y sexta exposiciones son etapas
en las que parcialmente, y luego totalmente,
el público asimila y aplica la idea.
Literalmente, “la han hecho suya”.
Innovar implica ser paciente
Curiosa ironía resulta entonces que el
innovador requiere ser paciente. No en
su lucha, que a veces es casi una cruzada
para transformar algo, sino en el proceso
de que lo escuchen y se logre la adopción
de lo que propone.
En esta época que vivimos, en la que todo
lo queremos “láser”, como dicen algunos; en
la que deseamos que las cosas se materialicen
inmediatamente después de que las
pensamos, debemos tener muy en cuenta
que, si deseamos alcanzar un cambio verdadero,
no podemos eludir ser pacientes.
Pacientes para que se nos escuche, pacientes
para recibir respuestas y pacientes
para ver que nuestras ideas se aceptan y
finalmente se asimilan.
Muy seguramente ese mismo reto tendrá
que enfrentar el nuevo actor del 007
mucho tiempo antes de escuchar: “Siempre
me gustó cómo lo hacía este chico”.
Y, si tú eres innovador, también habrá
mucho trabajo y paciencia antes de que
alguien pronuncie palabras similares y tú
esboces una sonrisa sabiendo que hubo
que escuchar muchos no antes de ese momento
sublime en el que tal vez hasta tu
mayor detractor diga que “siempre estuvo
de acuerdo con esa gran idea”.
“Q: La edad no es garantía de
eficiencia.
007: Y la juventud no es garantía de
innovación” (Skyfall).
por
25
años
¡Felicidades y que sean muchos más!