cobrado. (Suspiró y miró, por veinte segundos, algún punto en la
pared).
-Cuándo, entonces, les cobró don Miguel.
-Pues mijo, él nunca nos cobró: llegó un día, después de mucho tiempo,
y dijo: “me desocupan o me pagan chan con chan toda la plata”, porque
estaba cansado de esperar algún abono. Llegó a la casa-guardería un
domingo en la tarde, no olvido el día porque sus primos y el papa, a esas
horas, siempre estaban en el parque, o dando una vuelta. En realidad,
fue una visita de doctor, tanto así que no entró, es más, no pisó la cera de
la casa, en la cual yo permanecía sentada con su abuela y su otra tía,
echando carreta. Él llegó, dijo lo que dijo y empezó a irse. Dio cinco
pasos, tomando el rumbo por el que había llegado, y, de improvisto, se
quedó tieso, durante cinco segundos. Nosotras seguíamos atónitas. Él
principió a voltearse y al terminar su giro de 180 grados, teniéndonos
otra vez de frente, pronunció lo siguiente: “Los intereses se comieron
todo: o pagan o se van”. Nunca entendí muy bien ese asunto, solo
comprendí algo: habíamos perdido la casa. Como al caído siempre le
caen cosas más pesadas encima, el papa de sus primos y yo estábamos
de mal en peor, por eso arranqué pa' Medellín con ellos…
»Ay, mijo, casi nunca había tocado el tema, pero ya solté la lengua, ni
modo, dejémosla desenrollar, así, de pronto, me puedo quitar este peso
y el otro, desconocido pa' muchos, el de mi dolor más grande en la
ciudad: la muerte de mis animalitos:
«Siempre me chocó la jugadera de gallos. Cuando me vine con sus
primos, el papa de'llos se quedó en el pueblo, en la casa de mi amada
suegra. Me traje un perro, un gato y un gallo, además de dos corazas de
gurre (eran como porcelanas, pintadas con paisajes). El gallo lo traje por
ser “doméstico”. A Chepe, el gato, me lo regaló una amiga cuando iba
saliendo del pueblo, “pa' que la tuviera presente”. Por su lado, Quique, el
perro, fue un criollito, hijo de una familia de callejeros del pueblo. A él,
en esta ciudad, le tocó la dieta del salchichón, pero sigamos en lo que
íbamos: durante mucho tiempo, más o menos dos años o dos años y
medio, el papa de sus primos venía esporádicamente y cada ocho días,
sin falta, mandaba algo de mercado, sobre todo carne; esta última por
encargo de distintos vecinos, entre esos su mama. La plata de la carne
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