Una mañana de enero se escucharon
los gritos de Adrián pequeño infante
al ver la brutal muerte de su Madre
y más tarde los tiros de fusil
que acaban con la vida de su Padre.
Los gritos del arriero
que hacen eco en los canelones
camino a la nevera.
Los gritos del vaquero Oquendo
en la loma de la Guamera y los del
tío Miguel al coger café en la primavera.
“Tirate pues güevón” retumba el grito de mi Padre
en las peñas del cañón del río Sinitavé
y de esta forma aprendo a nadar.
Esa mañana de enero anunciaste tu muerte
y desde el Oriente tu sangre se posó en las nubes
que dan al cementerio. Amigo ya no estás
aun cuando estoy en tu búsqueda,
te descubro al caminar por tus letras,
y vuelvo a sentir el abrazo de la neblina,
el aliento del abuelo y el grito de horror
de los tíos desaparecidos en las cercanías del gran río,
desnudos, fusionándose con un gran árbol,
introduciéndose en su savia, dando fuerzas,
formando una gran rama,
espero algún día encontrar tu sangre
y así beberemos un delicioso vino tinto
y nos embriagaremos
y haremos más fuertes en medio de la dificultad.
Esa mañana de enero arreboles enfurecidos,
encendidos cual fuego de cosecha.
En es a mañana de enero toda una gama de colores,
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