se van ajustando a nuestro miedo, a nuestras cosas,
sobre ese extraño tendido de asfalto, césped o mar que nos espera,
la zozobra se ocupa de negarnos la libertad para marchar.
Tobías Quirama
CARTA HALLADA EN UNA BOLSA
A quien pudiere leerme, debo decirle solo una simple palabra:
¡escucha!… sobre todo el silencio que se prolonga entre cada palabra,
entre cada sujeto que se sienta a tu lado; que se despierta cuando
apagas la luz de tu cuarto. Escucha cada una de las palabras que se
dirigen hacia ti, que te envisten cada vez que abres un libro, un periódico,
una carta… no dejes de escuchar el cuchicheo de los árboles, de las
aves, de los gatos que en este momento se persiguen alrededor tuyo.
No pretendo ser un consejero, tampoco un gurú, la verdad, tan solo me
limito a decirte lo que en este momento pienso, lo que en este momento
dicta mi mente, mi yo. En otras palabras, lo que estoy escuchando en
frente del teclado.
Hubiese querido escribirte a mano, que me
conocieras, me escucharas, a través de mi letra, de mis borrones, de mis
tachones, de mis divagaciones; pintadas con mis grafos deformes,
fuertes, inseguros. Sin embargo, me pudo el perfeccionismo de la
máquina, de las líneas rectas, de los grafos definidos… de poder tachar
sin dejar rastro.
Esta carta es algo que también debes intentar escuchar, porque la
escucha, a mi parecer, es sobre todo 'develar', de-velar: quitar el velo,
descubrir, tal y como descubrieron con asombro los conquistadores (con
sus ojos europeos, con su lengua europea, con su mente europea, con
todo su cuerpo europeo), las llamas andinas… bueno, aunque nunca las
descubrieron, las escucharon, como los Incas que las montaban, que
trepaban sobre ellas los Andes… Por lo tanto: escucha sorprendido como
conquistador pero sobre todo como inca que monta la llama.
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