OCURRE QUE A VECES ME DETENGO
Ocurre que a veces me detengo y resumo.
Volar: ha sido, sin describirlo tanto, dar alivio al hombre…
dejarle irse en oleadas de calor y de frío hacia él mismo, hacia el
incierto de sus emociones.
Sentir: sin tantos aciertos, es permitir que sean los sentidos los que sin
pausa se contagia, divaguen en el esplendor del día, se agudicen al
instante en que la brisa o el trinar atisben el amanecer o el palpo de una
mano.
Callar: es solo cerrar los ojos y detener el tiempo; unos cuantos minutos
bastan para alivianar el día.
Cantar: es una cierta memoria que vibra al compás de un tono, aquella
vieja melodía siempre te recuerda.
Soñar: es más común, nada es igual ahí, se desvaría un poco paisaje a
paisaje, calle a calle y uno trata de ver con los mismos ojos gastados lo
que no ha visto de este lugar invariable.
Caminar: es un silencio de hojas, de pastos, todo en él es sucesivo y
anterior, queda siempre atrás, en él todo es ir, pasado, es un continuo
encontrar del asombro y sí, tal vez hallar la nueva ruta ya olvidada.
Hablar: desvanecer al otro, volverlo inconcluso e intransitable, pues, en
ese instante la voz que irrumpe trasciende lo que se piensa y allí la
palabra asidua y furtiva no te deja escucharte, ni a nadie, pues al hablar
no te escuchas.
Bailar: es como un brillo que nace, como la oleada de fugitivas luces que
de un árbol brotan como lamparillas, un, dos, tres y vuelta, un, dos, tres,
sin parar, un, dos, tres, y aún sigues bailando.
Sonreír: siempre es un devenir tardío, lento; no mora en el rostro mucho
tiempo, se aísla, es un barullo que nace de una idea cualquiera y así
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