UN SECRETO A VOCES
En la sala de mi casa estaban mi tía Gertrudis, mi mamita Teresa y las
tres doñas más curiosas del barrio; una de ellas se llamaba Amparo y
escuchaba con atención todas las conversaciones para luego irlas a
esparcir por todo el barrio, dando rienda suelta a su imaginación; la otra
se llamaba Emma, que con su tono burlesco narraba todos los
acontecimientos y sucesos que pasaban en el barrio. Pero entre las tres,
la más peligrosa, la más glotona, la más curiosa, era Leticia, pues daba
las mentiras por verdades.
Estas tres doñas llegaron a mi casa con una misión: confirmar lo que
todo el barrio comentaba. Leticia le preguntó a mi mamita: Doña Teresa,
¿qué tiene la muchacha suya, la Gertrudis, que no la vemos asomar a la
ventana, y mucho menos a la puerta?
Mamita no contestó, por el contrario, puso sus brazos en la cintura
formando una jarra y su cara se transformó, ciñó el entrecejo, su cálida
mirada perdió la tranquilidad, sus labios quedaron dentro de su boca;
evidentemente estaba descompuesta, la situación de mi tía Gertrudis la
descomponía. Acalló la conversación y despidiéndose de las vecinas, con
paso lento, se dirigió a su habitación en compañía de mi tía Gertrudis.
Las tres doñas al ver el abandono en que se sumía su respuesta,
decidieron despedirse y salir de la casa. En el corredor que daba a la calle
estaba yo jugando con mis muñecas, al notar mi presencia, estas tres
curiosas e impertinentes vecinas se codeaban entre ellas apretando los
labios y, por supuesto, Leticia, la vocera, me preguntó con voz bien
bajita:
-Estelita, ¿qué es lo que tiene tu tía Gertrudis? ¿De qué está enferma?
En medio de mi ingenuidad, creyendo que “El chucho” me llevaba si
decía mentiras, que mi mamá me castigaba si no decía la verdad, le
contesté:
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-Doña Leticia, mi tía no está enferma, lo que pasa es que ella va a tener
un niño.