EL MENSAJE DEL CIPRÉS
“Lamentamos informarle que en veinticuatro horas, treinta y tres
minutos y dos segundos usted morirá”. Era la segunda vez que Federico
leía el mensaje de whatsapp que, intempestivamente, había
interrumpido su trabajo. Le costaba creerlo. ¿Qué clase de broma
desagradable era esa? Intentó rastrear el contacto, tenía un perfil
privado y en su foto sólo se dejaba ver un ciprés solitario en medio de
una pradera negra. Le respondió el mensaje con un insulto y exigiendo
una respuesta, pero el pequeño chulito se negaba a desdoblarse.
Intentó llamar al número que aparecía en la info del contacto, pero
inmediatamente era enviado a correo de voz. ¿Alguna broma de algún
amigo? Los llamó a todos: algunos lo tildaron de paranoico, otros, en
joda, le dijeron que tal vez era una venganza de una ex insatisfecha. No.
No era un amigo, era alguien más.
No pudo dormir en toda la noche a pesar del peso de sus parpados,
ciertamente no te amenazan todos los días con tu muerte; aquellas
palabras del mensaje se repetían, con un ritmo macabro, en su cabeza
como un trombón. Su gato lo acompañaba recostado en silencio, sin
entender la preocupación de su amo. Federico se mantuvo en ese estado
intermedio entre el mundo onírico y la realidad, pero no soñaba, seguía
en su cuarto. Sólo le parecía ver un ciprés muy alto, que danzaba al
compás del viento, en la lejanía y en la más absoluta oscuridad.
En la mañana, convencido de que tal vez podía ser una amenaza de
muerte fidedigna, acudió a la policía. El comandante, un sujeto de bigote
prominente y voz gruesa, le prometió ayudarlo. Así que dispuso de dos
hombres para que vigilaran la entrada de la casa. También le aseguró
que intentarían rastrear el perfil, pero que debía tener paciencia. Lo
tranquilizó un poco diciendo que debía ser una broma de mal gusto que
solían ser comunes en las redes sociales, probablemente era algún
adolescente con problemas de autoestima. No pasaría nada. Le reiteró
una y otra vez. No pasaría nada. Y ya era tiempo de que volviera a su
trabajo.
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Regresó un poco más calmado y, luego de instalar a los dos policías en la
entrada y ofrecerles un tinto, estuvo el resto de la tarde redactando unos