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El maestro Trejo repuso: “Te felicito por tenerlo de profesor, son verdaderas conferencias magisteriales”. Todo esto viene al caso porque cierta ocasión un alumno (yo) le formulé una pregunta sobre un tema de filosofía jurídica, a saber, la libertad entendida como derecho, y en especial, sobre la noción de ciertos derechos subjetivos, cuyo ejercicio no es obligatorio. A pesar de que se trataba de un tema caro a sus inclinaciones, ya que el maestro García Máynez ha sido un destacado filósofo del derecho, internacionalmente reconocido, y la tesis que explicaba en el aula era de su autoría, reflexioné por algunos segundos y sin inmutarse dijo: “Compañero, en la próxima lección daré respuesta al problema que me plantea. Lo voy a estudiar”. Y en la próxima lección dio una emocionante respuesta. (El maestro García Máynez no pensó nunca que lo pusiera en tela de juicio, ni me guardó animosidad, como el de Geografía en la Preparatoria; al contrario, fuimos amigos y la primera tesis profesional que el dirigió, siendo director del del Centro de Estudios Filosóficos, fue la mía. Por mi parte, le guardo un enorme respeto y le tengo un profundo cariño). Dice José Ortega y Gasset en una Carta a un joven argentino que estudia Filosofía15:

Créarne: no hay nada más fecundo que la ignorancia consciente de sí misma. Desde Platón hasta la fecha, los más agudos pensadores no han encontrado mejor definición de la ciencia que el titulo antepuesto por el gran Cusano a uno de sus libros: De docta ignorantia. La ciencia es, ante todo y sobre lodo, un docto ignorar. Por la sencilla razón de que las soluciones, el saber que se sabe, son en todos sentidos algo secundario con respecto a los problemas. Si no se tiene la clara noción de los problemas, mal se puede proceder a resolverlos. Además, por muy seguras que sean las soluciones, su seguridad depende de la seguridad de los problemas. Ahora bien: darse cuenta de un problema es advertir ante nosotros la existencia concreta de algo que no sabemos lo que es; por tanto, es un saber que no sabemos. Quien no sienta voluptuosamente esta delicia socrática de la concreta ignorancia, esa herida, ese hueco que hace el problema en nosotros, es inepto para el ejercicio intelectual. 15 En El Espectador, Revista de Occidente, p. 471.

José Castillo Farreras Rigor y Sentimiento en la catedra

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