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Y en una noticia de 1991 dada por Natalie Angier de The New York Times cuyo encabezado fue (en el Excelsior) “Grupo de biólogos aplica técnicas lingüísticas para descifrar la gran línea espiral de las letras del DNA”, se muestra claramente que estos super especializados investigadores tenían que conocer, y muy seriamente, sobre lingüística para aplicar sus técnicas, aun cuando fuera analógicamente, al campo de la biología molecular. “(Edward) Trifonov, quien es tal vez el especialista que está profundamente más en esta investigación, compara las secuencias genéticas a las lenguas antiguas como el hebreo, el etrusco o el latín”. En aquellas lenguas, los textos eran escritos de una manera ininterrumpida, sin espacios que separaran una palabra de otra. De manera similar, la molécula del DNA, en la forma como se encuentra cubierta densamente configurando la célula, está construída por un hilo ininterrumpido de billones de nucleótidos, con ninguna pausa aparente entre el final de una palabra que indique algo, como por ejemplo una parte de proteína y el principio de otro aminoácido que construya otro segmento. En las lenguas antiguas, la escritura era privilegio de la gente educada, quienes no parecían tener la necesidad de utilizar espacios entre sus palabras -dijo Trifonov-. Aparentemente, las secuencias de nucleótidos no necesitan espacios tampoco.

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