con mayor o menor profundidad, sin ser tenido como sabio. Este es un ideal del profesor, o sea, que conozca bien su disciplina y que sepa muchas cosas más, ajenas a ella, aunque no fuera reputado como sabio.
El estudio constante moldea al buen profesor, cuando no se vuelca sólo sobre la materia que imparte, también en las afines y aun en las que no lo son. Esto es válido y cierto esencialmente en el bachillerato, en donde el educando se encuentra en proceso de transformación y se acerca al límite oficial para escoger la especialidad que le atraiga. El maestro, cualquiera, debiera poder ser su orientador, pues conoce -es esta la hipótesis- todo lo que el alumno puede plantearle para la decisión de escoger, al dar el salto hacia las escuelas superiores. También los profesores del posgrado y aun los investigadores más experimentados en alguna especialidad tienen el deber, que su propia ciencia les impone, de acudir a otros campos en busca de recursos auxiliares.
Nunca está de más que el investigador de muy alto nivel en el campo de las letras clásicas, por ejemplo, sepa algo en serio de termodinámica, o que el astrofísico se regocije leyendo las rimas de Gustavo Adolfo Becquer.
Si la memoria aún no me falla, era Azorín quien decía que él, para tener un vocabulario más amplio, no leí tanta literatura como libros de jardinería, de carpintería o de plomería y otros.
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