Mario de la Cueva, excelente en esto como su maestro Antonio Caso, nos sorprendía al mostrarnos cada una de las doctrinas, aún las contrapuestas, con el mismo interes y el mismo entusiasmo. Nunca supimos a qué filósofo del estado admiraba más; todos eran para él igualmente relevantes y sólo al hacer la crítica advertíamos las diferencias, y los alumnos quedábamos invitados a hurgar en la cultura filosófica y política de todas las épocas.
Triviales, vulgares o rústicas no son sólo las palabras soeces, conocidas como “palabrotas”. Estas -supongo- deben evitarse en clase, aun cuando en la comunicación extra-aula, y dependiendo de la relación que se guarde con algunos alumnos, así como de las circunstancias, pueden usarse con cautela, si se desea romper la solemnidad.
Esto no significa que, en el salón de clases, el maestro desconozca el nivel sociocultural de sus alumnos, ni su edad adolescente, y se ponga a hablar con afectación y altanería. El profesor más sencillo en todo, es el más entendible, y el más entendible es el más eficaz. Y éste suele utilizar términos coloquiales, sin detrimento del rigor y la objetividad y a favor de la claridad, especialmente términos del habla juvenil. Hacerlo, despierta simpatías y estrecha las relaciones maestro-alumno en no pocos casos, sin caer en la vulgarización, que no debe confundirse con una verdadera divulgación. Infortunadamente, los adultos nos retrasamos mucho en conocer, y más aún en utilizar aquel habla. Ello se explica porque a menudo se trata de términos, de giros y aun de lenguajes completos, clandestinos, que poco se filtran.
nivel sociocultural de sus alumnos, ni su edad adolescente, y se ponga a hablar con afectación y altanería. El profesor más sencillo en todo, es el más entendible, y el más entendible es el más eficaz. Y éste suele utilizar términos coloquiales, sin detrimento del rigor y la objetividad y a favor de la claridad, especialmente términos del habla juvenil. Hacerlo, despierta simpatías y estrecha las relaciones maestro-alumno en no pocos casos, sin caer en la vulgarización, que no debe confundirse con una verdadera divulgación. Infortunadamente, los adultos nos retrasamos mucho en conocer, y más aún en utilizar aquel habla. Ello se explica porque a menudo se trata de términos, de giros y aun de lenguajes completos, clandestinos, que poco se filtran.
Hace ya más de veinte anos una adolescente me dijo, fuera del aula, refiriéndose a algo en lo que estaba en desacuerdo conmigo: “Qué buscan ustedes, los adultos? De verdad te pregunto, profesor, ¿cuál es la onda?” Esa muchachita, Elia Nathan, es hoy investigadora en el campo de la filosofía de la ciencia.
Rigor y Sentimiento en la catedra José Castillo Farreras
doxa 40