Los hijos contrajeron matrimonio y se fueron a vivir a casas cercanas a la de la familia, en la misma colonia.
Cuando los padres murieron dejaron fuera del testamento aquella cerámica famosa; Gabriela sin el consentimiento de los hermanos se apoderó de la joya, lo que ocasionó tal pleito entre ellos, que se dejaron de hablar de por vida.
Gabino y Martha fueron enterrados en el Panteón Francés, en una cripta que habían comprado para el destino final de la familia, pues consideraron que aquel lugar era el de mayor abolengo. Unos meses después, sin tomar el parecer de sus hermanos, a Georgina se le ocurrió sacar de sus tumbas los cadáveres de sus padres, incinerarlos y guardar las cenizas de los mismos en aquella joya familiar, junto a los supuestos restos del famoso héroe aqueo. Georgina se quedó sin familia, por lo que sustituyó el amor filial hacía un gato de angora negro y amarillo, muy hermoso, al que llamó Querubín. Como era natural, las dos atracciones de la casa eran el ánfora y aquel animal de impresionante estampa, de los que hacía ostentación la solterona, en especial de aquella cerámica del siglo V a. de c., exhibiéndola sobre un estante de madera fina, sin protección alguna. Una tarde de abril, después de tomar el té con sus amigas, empezó a relatarles la complicada historia de la añeja urna, haciendo gala de su linaje, de pronto saltó el Querubín sobre el ánfora, tiró el cántaro y éste quedó hecho trizas en el suelo, las cenizas de la familia se dispersaron en el aire y en el piso, destruyendo la prueba de la nobleza de los Ayala.
Así quedó hecha añicos aquella obra del arte clásico de la antigüedad, que causó tantos estragos entre hermanos.
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