En la Vita escrita sobre Domingo Savio años más tarde, Juan Bosco afirmó que esos recuerdos fueron como una especie de guía para sus acciones hasta el final de su vida. Don Bosco encontraba en ellos una fórmula sencilla y completa para la vida cristiana de los jóvenes.
El maestro que Domingo tuvo en 1853, cuando el niño contaba con once años de edad, se expresó en estos términos:
Puedo decir que en todo este tiempo no tuve en mi escuela un muchacho parecido a Domingo en la amistad con el Señor. Era joven de edad, pero sensato como un adulto. Su dedicación constante al estudio y su cumplida bondad atraían el afecto del maestro y lo hacían amigo de todos.