Mariposas Amarillas Vuelan Sobre Nosotros
Leí Cien años de Soledad a los catorce años. No fui el primero en la familia, mi
hermana menor, de doce años, fue quien me lo recomendó. Hasta ese entonces,
yo había crecido leyendo novelas fantásticas como Harry Potter o cuentos cortos de
Oscar Wilde, pero nunca había entrado en la experiencia de leer una novela tan
grande y madura como aquella.
Y cambió mi vida.
Macondo, su génesis y muerte, la vida del Coronel Aureliano Buendía, la hermosura
de Remedios La Bella, la longevidad y fortaleza de Úrsula Iguarán, las profecías de
Melquiades y la cola de Aureliano me absorbieron de tal forma que terminé la novela
en tan solo tres días, desvelándome hasta caer dormido y atragantándome en mis
comidas para poder tener más tiempo qué dedicarle a la novela.
Y lo valió. Hasta antes de Cien Años de Soledad, estaba ciego. Desde niño leía
mucho, pero no había tenido contacto con novelas grandes o complejas hasta ese
momento. No conocía el poder de que una historia te tocase en lo más profundo de
tu alma, en partes que hasta antes del contacto ni si quiera sabías que existían. No
me podía imaginar que fuera posible crear un mundo tan complejo, tan mágico y tan
real a la vez, un mundo inspirado en otro país y escrito décadas atrás, pero que por
algún motivo, al descubrirlo, me sabía a conocido. No sabía lo que era el incesto, ni
que un gobierno fuera capaz de masacrar a un pueblo por el beneficio de una
empresa privada (evento que en verdad ocurrió en Colombia), ni que hubieran
mujeres tan hermosas que al morir se elevaran al cielo o que existieran soledades
que pudieran durar cien años. Todavía y de memoria puedo citar sin dificultad
alguna la primera línea: "Muchos años después frente al pelotón de fusilamiento, el
Coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre
lo llevó a conocer el hielo".
Sin dudarlo ni por un instante, a García Márquez le debo mi amor por las historias.
8