diálogos Digital Julio 2014 | Page 8

Mariposas Amarillas Vuelan Sobre Nosotros Leí Cien años de Soledad a los catorce años. No fui el primero en la familia, mi hermana menor, de doce años, fue quien me lo recomendó. Hasta ese entonces, yo había crecido leyendo novelas fantásticas como Harry Potter o cuentos cortos de Oscar Wilde, pero nunca había entrado en la experiencia de leer una novela tan grande y madura como aquella. Y cambió mi vida. Macondo, su génesis y muerte, la vida del Coronel Aureliano Buendía, la hermosura de Remedios La Bella, la longevidad y fortaleza de Úrsula Iguarán, las profecías de Melquiades y la cola de Aureliano me absorbieron de tal forma que terminé la novela en tan solo tres días, desvelándome hasta caer dormido y atragantándome en mis comidas para poder tener más tiempo qué dedicarle a la novela. Y lo valió. Hasta antes de Cien Años de Soledad, estaba ciego. Desde niño leía mucho, pero no había tenido contacto con novelas grandes o complejas hasta ese momento. No conocía el poder de que una historia te tocase en lo más profundo de tu alma, en partes que hasta antes del contacto ni si quiera sabías que existían. No me podía imaginar que fuera posible crear un mundo tan complejo, tan mágico y tan real a la vez, un mundo inspirado en otro país y escrito décadas atrás, pero que por algún motivo, al descubrirlo, me sabía a conocido. No sabía lo que era el incesto, ni que un gobierno fuera capaz de masacrar a un pueblo por el beneficio de una empresa privada (evento que en verdad ocurrió en Colombia), ni que hubieran mujeres tan hermosas que al morir se elevaran al cielo o que existieran soledades que pudieran durar cien años. Todavía y de memoria puedo citar sin dificultad alguna la primera línea: "Muchos años después frente al pelotón de fusilamiento, el Coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo". Sin dudarlo ni por un instante, a García Márquez le debo mi amor por las historias. 8