izquierda improvisada que está preparada para contratacar pero no para proponer,
y para la cual la realidad es siempre ideológica. El problema de esta izquierda no
es la superficialidad de su acción política en sí misma, sino que su superficialidad
deriva en dogmatismo, que su dogmatismo deriva en una pretendida superioridad
moral, y que ésta termina por convertirse en intolerancia hacia quienes piensan
distinto, en una polarización entre camaradas y enemigos, en un sectarismo hacia
quien no comparte el mismo lenguaje, el mismo ethos.
Ser de izquierda y ser intolerante es una contradicción hasta biológica (a menos que
equívocamente –como Slavoj Zizek- equiparemos intolerancia con pasividad
política). Por eso, tal y como afirmaba Octavio Paz “el socialismo verdadero es
inseparable de las libertades individuales, del pluralismo democrático y del respeto
a las minorías y los disidentes”[iv]. De acuerdo a las condiciones objetivas de la
Historia hoy la izquierda sólo tiene una alternativa: estar del lado de la democracia,
defender a muerte sus presupuestos y estar dispuesta a reformar las deficiencias
de sus instituciones.
La batalla de Octavio Paz tuvo como objetivo señalar las grandes contradicciones
del “socialismo real”. La nuestra, debe ser la superación del kitsch político y la
construcción de un proyecto viable de izquierda. Como afirma Frei Betto, teólogo de
la liberación, hay que conocer la diferencia entre militante y militonto: "militonto es
aquél que se jacta de estar en todo, de participar en todos los eventos y
movimientos, de actuar en todos los frentes. Su lenguaje está repleto de lugares
comunes y consignas y los efectos de su accionar son superficiales. El militante
profundiza sus vínculos con el pueblo, estudia, piensa, medita, se califica en una
determinada forma y área de actuación o actividad, valoriza los vínculos orgánicos
y los proyectos comunitarios”[v].
Los proyectos culturales y contraculturales de la izquierda deben ser elementos que
sumen, y no que dividan nuestras fuerzas. La diversidad debe ser un elemento
cohesionador y no una bomba de tiempo. Yo no creo que la izquierda deba
abandonar su radicalidad, pero sí que debe agudizar su intelecto. Más que
agitadores políticos y productos culturales, hoy necesitamos intelectuales orgánicos
dentro de nuestras filas, intelectuales capaces de ensuciarse las manos, de sumar
sus cualidades como especialistas y políticos, de enlazarse activamente –como
exigía Gramsci- en la vida práctica de un proyecto político, como constructores,
argumentadores, organizadores y dirigentes de una causa. Octavio Paz ha
pavimentado el camino con su intelecto, nos ha ahorrado saliva y tinta en criticar e
interpretar a la izquierda, lo que a nosotros ahora corresponde es transformarla.
José L. Gallegos Quezada
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