diálogos Digital Julio 2014 | Page 12

contra el poder de las grandes empresas. Ahí se ha enfrascado la discusión por muchos años sin haber una respuesta clara a las necesidades de un país tan complejo como el nuestro. Sin duda, no habría desarrollo sin un Estado agente de esta modernización. No habría avances sin el apoyo de las empresas privadas ni el capitalismo extranjero. Pero sigue en duda el papel que debe tomar el Estado frente a estas criaturas como las ha llamado Moisés Naim. Mientras tanto, el Estado se fortalece, adquiere nuevas responsabilidades y abarca otras tantas. Para Octavio Paz, el desarrollo económico más bien tuvo un empuje más claro, no en el dinamismo empresarial, sino en el fortalecimiento del Estado. Hay diferentes visiones sobre el papel del Estado en una democracia. Por una parte, lo que el Estado debería de hacer, y por el otro lo que realmente hace. Jaime Sánchez Susarrey considera que el Estado es la encarnación del interés universal y su misión principal es garantizar la paz y la seguridad de los ciudadanos, agregando la misión de reducir la desigualdad. El mismo autor apunta que, ya en el terreno de lo real, el Estado “es una organización con intereses particulares, integrado por la burocracia y la clase política. Su acción y reproducción apuntan a la expansión del presupuesto y la creación de cargos públicos, que son fuente de poder”. En este punto ambas visiones pueden ser ciertas, e incluso, pueden llegar a ser válidas. Para Jesús Silva-Herzog Márquez, vivimos dentro de un “ogro demediado”, donde a diferencia por lo planteado por Paz, en nuestros días “no aparece una tensión entre la razón técnica y la estrategia política”. Por su parte, Denise Dresser ve al Estado mexicano como un ente patrimonialista y a la vez protector. Considera que nuestro Estado es rapaz y al mismo tiempo dadivoso. Argumenta que el Estado por un lado construye el capitalismo mexicano y por el otro crea sus ineficiencias. Para Dresser, el Estado está “acostumbrado a extraer y a gastar, a succionar y a despilfarrar, a financiar clientelas vendiendo petróleo y a vivir de su producción. Pero la paradoja es que pocos quieren aprovechar la oportunidad para domesticar al ogro u obligarlo a comer menos y mejor. Prefieren alargar la vida del monstruo antes que combatirlo.” La gran diferencia entre la época de Paz cuando escribió el texto, y nuestros días, es que ahora hay una competencia política constante. Ha muerto el sistema hegemónico de partido único. Otras fuerzas políticas han entrado al quite en un sistema pluralista de competencia por el poder. El Estado mexicano se ha transformado. Privilegia el orden pero sigue siendo paternalista. Como apunta Paz, el poder central sigue estando en el Estado. Aunque hoy vemos que también los poderes fácticos (como la televisión, las empresas de telecomunicaciones, entre otras) continúan siendo un riesgo para el Estado, éste sigue conservando su papel fundamental para salvaguardar los derechos de las personas. 12