La filosofía concebida positivamente tiene ciertas ventajas; entre ellas están: 1) es la única
manera de poner orden en el conjunto tan vario de los hechos y de los pensamientos en que
aquellos son entendidos; 2) es el único medio de zanjar, de una vez para todas, las querellas
inútiles en que se ha perdido la filosofía anterior; 3) la filosofía positiva es constitutivamente
progresiva; es decir, el progreso de cada ciencia no es sólo algo que efectivamente se da,
sino que es un momento constitutivo de la ciencia en cuanto tal, gracias justamente a su
positividad; toda ciencia es por razón propia una progresiva aproximación a los hechos cada
vez más precisamente estudiados.
LA POLÍTICA POSITIVISTA
Comte había estado perpetuamente preocupado por un problema que fascinó a muchos
autores del siglo XIX: la Revolución había inaugurado una nueva era en la política, la del
individuo soberano, portador de derechos y fuente última de la legitimidad política; pero, al
hacerlo, había destruido los anteriores fundamentos del vínculo social, dejando en su lugar
una sociedad amenazada por la inconsistencia, e incluso destinada al desorden institucional
y social. En gran medida, la interrogación de Comte se sumaba a la de Benjamín Constant, a
la de Tocqueville, o a la, un poco más tardía, de John Stuart Mill: la violencia revolucionaria,
la inestabilidad crónica de las instituciones, son sólo los síntomas de un problema recurrente,
el del vínculo que une al individuo con el cuerpo social.
El objetivo de Comte es concebir de otra forma las condiciones de la vinculación del hombre
moderno, individualista, al cuerpo social; dar una base a la legitimidad de un poder que, a la
vez, respete los nuevos principios y garantice la coherencia de la sociedad.
Su tentativa puede resumirse en la búsqueda de una forma de asentar en una historia
científica una política reorganizadora. El fundamento de este proyecto está sin duda en la
convicción de que las ciencias llamadas exactas proporcionan el modelo de un positivismo
universal, mientras que la política se halla todavía en una fase precientífica que exige una
urgente superación. El pensamiento político se apoya entonces sobre la ciencia por partida
doble: en una teorización de la historia, Comte demuestra a la vez los irresueltos problemas
del presente y las soluciones, y queriendo “hacer que la política entre en la edad positiva”,
produce una especie de epistemología que debe fundamentar una práctica. A partir de una
homologación entre las etapas del desarrollo del individuo y las de la humanidad, Comte
distingue tres edades que llama respectivamente teológica, metafísica y positiva.
Primera fase del desarrollo de la inteligencia, primera edad de la humanidad, la edad
teológica es aquella en la que reina lo sobrenatural y, en la política, “la doctrina de los reyes”,
que basa en el derecho divino las relaciones sociales y el orden político. Esta edad termina
con la Revolución Francesa, que ve el triunfo de un pensamiento político abstracto (el de los
derechos individuales, del contrato …), característico de la edad metafísica: a los principios
sobrenaturales los sustituyen entidades abstractas, el derecho y los derechos, que se
convierten en el medio para una crítica incesante de las instituciones, en nombre de una idea
general del hombre. Pero este estado es solamente “bastardo”, es decir intermedio, y ha de
ser superado por la última etapa de todo desarrollo, el estado científico. Aquí ya no hay nada
sobrenatural ni tampoco hay entidades metafísicas (el hombre, el contrato, los derechos),
sino realidades, una política fundada en la observación científica, que descubre constantes,
plantea leyes y describe la organización única y necesaria de la sociedad. Pensar la política
en el presente equivale pues, para Comte, a realizar a partir de esta historia una doble tarea:
criticar las concepciones comunes, en cuanto expresiones que son de un pensamiento
metafísico surgido de la Revolución y del siglo XVIII, y colocar las bases del futuro
describiendo las contradicciones de una política positiva.
Una vez reconocido que sólo la filosofía positiva, como física social, puede “presidir
realmente hoy la reorganización final de las sociedades modernas”, Comte define una
exigencia de método en tres proposiciones. Su doctrina política y social tiene que estar en
“perfecta coherencia con el conjunto de sus aplicaciones”, tiende hacia la unidad bajo la ley
de las “necesidades sociales”, y realizará por fin la unión del pasado y del presente haciendo
“salir a la luz la uniformidad fundamental de la vida colectiva de la humanidad”.