DERROTA MUNDIAL - EDICIÓN HOMENAJE AL AUTOR DERROTA MUNDIAL (Edición Homenaje) | Page 587

DERROTA MUNDIAL El diplomático ruso Igor Guzenko se fugó de la embajada soviética en Canadá y reveló que una banda de espías estaba llevando secretos atómicos a la URSS. Sus informes condujeron (septiembre 5 de 1945) a la identificación de los espías Echmil Kogan, Gordon Lunan, Israel Halperin, F. W. Poland, Eric Adams, Katheleen Villsher, Matt S. Nightingale, David Shugar, H. S. Gerson, Samuel Sol Burman, Raymond Boyer, Alian Nunn May, Agatha Chapman, Emma Voikin, Germina Rabinovich y William Helbein. TODOS ELLOS JUDÍOS. Siguiéndoles la pista a estos espías se localizó a David Greenglas (igualmente hebreo) que trabajaba en la planta atómica de Los Alamos. Estados Unidos. Su hermana Ruth Greenglas servía de enlace entre los espías de Los Alamos y los de Nueva York. Otro israelita, Harry Gold, bioquímico de Filadelfia, mantenía enlace entre los judíos de Estados Unidos y los espías que operaban en Inglaterra, incluyendo a Fúchs. (El espía David Greenglas fue perdonado y puesto en libertad en octubre de 1960). Los Greenglas sirvieron de pista para localizar a Julius y Ethel Rosemberg, norteamericanos sólo por nacimiento, pero tan extranjeros de alma como la mayoría de los judíos en cualquier país del mundo. El juicio de los Rosemberg fue un ejemplo admirable de la sutileza del movimiento político judío. La mayoría de los jurados eran israelitas, lo mismo que el juez federal Irving R. Kaufman y el proóurador Irving H. Saypol. Estos últimos estuvieron luchando varios días consigo mismos, visitaron sus sinagogas para implorar "luces" y acabaron por sentenciar a muerte a los reos. El diario "New York Post", propiedad de la judía Dorothy Schiff y dirigido por el judío James A. Weshler, fue el que más duramente atacó a los espías israelitas. La expansión del comunismo, las denuncias de MacCarthy y el espionaje acerca de la atómica habían alarmado e indignado tanto al pueblo norteamericano que indudablemente la protección a los espías hubiera causado más daño que beneficio al movimiento político judío. Los Rosemberg, vivos, habrían desbordado la desconfianza y la sospecha; muertos seguirían sirviendo a su causa. Su condena sería un símbolo aparente de rectitud y de lealtad por parte de sus jueces. Aisladamente hubo israelitas, como Einstein, que intervinieron en su favor, pero las poderosas organizaciones sionistas dejaron que los reos corrieran su suerte. En todos los países y en todas las épocas los espías descubiertos deben proteger con su muerte el secreto de quienes los mandan. En cierta forma los Rosemberg fueron una magna coartada de la conjura que desde 1942 estaba entregando secretos atómicos al Kremlin. David Greenglas confesó que los Rosemberg habían entregado a la URSS una descripción del mecanismo disparador de la bomba atómica, así como un diagrama de su corte transversal. Y sin embargo, ya comienza un tenue movimiento propagandístico para reivindicarlos como inocentes, de la misma manera que se hizo con Dreyfus, el famoso espía judío-francés. 587