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DERROTA MUNDIAL
El diplomático ruso Igor Guzenko se fugó de la embajada soviética en Canadá y reveló
que una banda de espías estaba llevando secretos atómicos a la URSS. Sus informes
condujeron (septiembre 5 de 1945) a la identificación de los espías Echmil Kogan, Gordon
Lunan, Israel Halperin, F. W. Poland, Eric Adams, Katheleen Villsher, Matt S. Nightingale,
David Shugar, H. S. Gerson, Samuel Sol Burman, Raymond Boyer, Alian Nunn May,
Agatha Chapman, Emma Voikin, Germina Rabinovich y William Helbein. TODOS
ELLOS JUDÍOS. Siguiéndoles la pista a estos espías se localizó a David Greenglas
(igualmente hebreo) que trabajaba en la planta atómica de Los Alamos. Estados Unidos. Su
hermana Ruth Greenglas servía de enlace entre los espías de Los Alamos y los de Nueva
York.
Otro israelita, Harry Gold, bioquímico de Filadelfia, mantenía enlace entre los judíos
de Estados Unidos y los espías que operaban en Inglaterra, incluyendo a Fúchs. (El espía
David Greenglas fue perdonado y puesto en libertad en octubre de 1960).
Los Greenglas sirvieron de pista para localizar a Julius y Ethel Rosemberg,
norteamericanos sólo por nacimiento, pero tan extranjeros de alma como la mayoría de los
judíos en cualquier país del mundo. El juicio de los Rosemberg fue un ejemplo admirable
de la sutileza del movimiento político judío. La mayoría de los jurados eran israelitas, lo
mismo que el juez federal Irving R. Kaufman y el proóurador Irving H. Saypol. Estos
últimos estuvieron luchando varios días consigo mismos, visitaron sus sinagogas para
implorar "luces" y acabaron por sentenciar a muerte a los reos. El diario "New York Post",
propiedad de la judía Dorothy Schiff y dirigido por el judío James A. Weshler, fue el que
más duramente atacó a los espías israelitas.
La expansión del comunismo, las denuncias de MacCarthy y el espionaje acerca de la
atómica habían alarmado e indignado tanto al pueblo norteamericano que indudablemente
la protección a los espías hubiera causado más daño que beneficio al movimiento político
judío. Los Rosemberg, vivos, habrían desbordado la desconfianza y la sospecha; muertos
seguirían sirviendo a su causa. Su condena sería un símbolo aparente de rectitud y de
lealtad por parte de sus jueces. Aisladamente hubo israelitas, como Einstein, que
intervinieron en su favor, pero las poderosas organizaciones sionistas dejaron que los reos
corrieran su suerte.
En todos los países y en todas las épocas los espías descubiertos deben proteger con su
muerte el secreto de quienes los mandan. En cierta forma los Rosemberg fueron una
magna coartada de la conjura que desde 1942 estaba entregando secretos atómicos al
Kremlin. David Greenglas confesó que los Rosemberg habían entregado a la URSS una
descripción del mecanismo disparador de la bomba atómica, así como un diagrama de su
corte transversal. Y sin embargo, ya comienza un tenue movimiento propagandístico para
reivindicarlos como inocentes, de la misma manera que se hizo con Dreyfus, el famoso
espía judío-francés.
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