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DERROTA MUNDIAL
cruzar las líneas aliadas para ponerse a salvo del desenfreno de los rojos. Salvo raras
excepciones, la respuesta en todos los sectores fue rotundamente "no". Ni las tropas ni la
población de la Alemania oriental deberían escapar a sus nuevos amos soviéticos. Con esto
se les condenaba irremisiblemente a la orgía de sangre y vejaciones que avanzaba desde el.
Oriente.
El general Hilper, comandante de 35 divisiones alemanas que en la región de Estonia
retenían a 101 divisiones soviéticas y a 18 cuerpos acorazados, trató inútilmente de que los
ingleses aceptaran su capitulación y se le permitiera retirar sus tropas por mar. Un oficial
de esos contingentes, el capitán Breuninger, de 25 años, amargamente escribía desde Libau
el 8 de mayo: "Hemos combatido contra el bolchevismo, que no es sólo nuestro enemigo,
sino el de toda Europa. Hemos visto su paraíso como nadie antes de nosotros... Y cuando
se dice que los ingleses han impedido la partida de nuestros barcos, pensamos que alguna
vez se acordarán, cuando se vean en los mismos trances".
La plaza de Breslau, con 45,000 soldados, se negaba a capitular ante los cien mil
sitiadores de las fuerzas de Koniev, pero eran tantos los sufrimientos de la bombardeada
población civil que el 4 de mayo el obispo católico Perche y varios capellanes pidieron al
comandante Niehoff que diera fin a esa lucha perdida. La capitulación se consumó el día
6. Los captores dieron entonces rienda suelta a los más inconcebibles instintos; oficiales
colgados de los pies y quemados como teas humanas; mujeres vejadas en la vía pública,
niños ahogados metiéndoles la cabeza en agua... Y la abrumada población de Breslau vio
con espanto que tras el infierno del sitio y del combate existía aún otro infierno mil veces
peor.
En la zona de ocupación americana también ocurrían abusos, como el de matar a
culatazos a algunos prisioneros, humillar a otros, asaltar mujeres o despojar a civiles de
objetos de valor. "Todos los liberadores —refiere un paracaidista— andábamos cargados
de objetos liberados". Pero todo esto eran insignificancias —prohibidas y con frecuencia
castigadas por el Mando Americano— junto al desenfreno plenamente autorizado que
ocurría en la zona soviética de ocupación.
Cálculos incompletos arrojan más de tres millones de civiles alemanes muertos en la
Alemania Oriental. Pero quizás lo más terrible fue la suerte de cien mil niños que habían
perdido todo contacto con sus padres, y la de doscientos mil niños más que habían
desaparecido tras las líneas soviéticas, la mayor parte de los cuales fueron llevados a la
URSS o sujetados a cursos de "reeducación" en que perdieron incluso su lengua
materna.
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5 años después de terminada la guerra se había logrado reunir con sus padres a solamente
56,550 niños.
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