DERROTA MUNDIAL - EDICIÓN HOMENAJE AL AUTOR DERROTA MUNDIAL (Edición Homenaje) | Page 522

Salvador Borrego Hitler y Eva saludaron de mano a cada uno de los presentes. Al despedirse de Goebbels, Hitler exclamó: —¡Mi fiel amigo!... —"¡Heil Hitler!", repuso Goebbels, mientras el Führer se retiraba. Eva llevaba un traje negro y él un pantalón oscuro y su chaqueta militar gris. Si no recordó entonces sus palabras del primero de septiembre de 1939, en el primer día de la guerra, por lo menos sus actos correspondían a lo que entonces dijo: "No quiero ser ahora más que el primer soldado del Reich. Por eso he vestido nuevamente aquella guerrera que era para mí la más cara y la más santa. La llevaré hasta el triunfo o no llegaré hasta el fin"... Eva Braun abrazó a la señora Junge y le dijo: "Si llegas a Munich, dale mi amor a Baviera". Dícese que daba la impresión de un niño que llora en la oscuridad. Único síntoma de su nerviosidad era el mo- vimiento con que abría y cerraba las manos. No llevaba más joya que un reloj de platino que Hitler le había regalado años atrás. "Nadie se movió —refiere la versión del capitán Musmanno—. El grupo permaneció igual que un retablo de piedra, mientras Hitler desaparecía con Eva prendida a su brazo semiparalítico". Momentos después Goebbels fue llamado a la alcoba de Hitler de donde salió á ordenar a las tropas selectas que fueran a la Oficina de Transportes ppr 200 litros de gasolina; sólo encontraron 180. Goebbels, Bormann y el doctor Stumpfegger se reunieron luego en el salón de conferencias. Eran aproximadamente las 3.30 de la tarde. Arthur Axmann, jefe de las juventudes hitleristas, llegó corriendo hasta la puerta de la recámara; quería despedirse de Hitler, pero el jefe de la guardia personal, Otto Guensche, se lo impidió. Minutos después se oyó un disparo. Axmann y Goebbels entraron corriendo. Eva, boca arriba en un sofá, parecía descansar, con los ojos entrecerrados. Fue la primera en morir; había tomado cianuro. Hitler, sentado en un sillón, tenía la cabeza apoyada, sobre el hombro izquierdo y sangraba. Se había dado un tiro introduciendo el cañón de su pistola 7.65 en la boca, tras de tomar el veneno. Testigos mudos de aquel final, un cuadro de Federico el Grande colgado en la pared, y un retrato de la madre de Hitler en la mesa de trabajo. Ambos cadáveres fueron sacados al jardín cubiertos con unas mantas y se les bañó en gasolina. Un bombardeo hizo a los presentes buscar refugio por algunos instantes. Luego volvieron al jardín Guensche y Kempka hicieron un envoltorio de trapo, que el Dr. Goebbels encendió con un cerillo, y lo arrojaron a los dos cadáveres. Estalló una llamarada. Seis hombres se irguieron, haciendo el saludo nazi: el Dr. Goebbels, Bormann, Kempka, Unge, Guensche y el Dr. Stumpfegger. En esos momentos llegó corriendo Hermann Karnau de las guardias de Hitler. Al darse cuenta de que era su Führer el que 522