DERROTA MUNDIAL - EDICIÓN HOMENAJE AL AUTOR DERROTA MUNDIAL (Edición Homenaje) | Page 268
Salvador Borrego
"Los hombres —explicó después Hitler—.se vieron sometidos a la misma tensión
psicológica que aniquiló al ejército francés en 1812. En ese momento me sentí obligado a
unir mi nombre a la suerte del ejército".
Su primera tarea fue la de vigorizar el espíritu de resistencia de los comandantes, y a
través de ellos el espíritu de todo el frente.
Al noroeste de Moscú, donde el ejército de Hoeppner había llegado a ocho kilómetros
del Kremlin, dos ejércitos de los generales rusos Kuznetsov y Rokosovsky cayeron sobre el
flanco desguarnecido de los alemanes. Por el sur, los ejércitos rusos de los generales Boldin
y Belov embistieron encarnizadamente el flanco del ejército de Guderian.
Si las tropas de Guderian y Hoeppner se desplomaban en una retirada general, toda la
infantería alemana correría el riesgo inminente de ser aniquilada; las líneas se hundirían en
el sector central y el desastre se generalizaría a lo largo de los 2,500 kilómetros de todo el
frente.
Indudablemente que varios generales alemanes recomendaban la retirada general no
por ignorancia, sino porque todos los cálculos de Estado Mayor indicaban que resistir era
imposible. Sin embargo, Hitler creyó poder vencer al imposible. Su voluntad fue tan
profunda, tan firme y tan inflexible, que el imposible fue vencido. Mediante fuerzas
psicológicas, ahí donde las fuerzas físicas se hallaban abrumadoramente superadas por el
enemigo, divisiones enteras se enraizaron en la nieve ante el alud de fuego soviético y se
sacrificaron sin esperanza de salvación; para ellas no existía salvación, pero podía haberla
para e| frente en general. Así lo creía Hitler y así se lo hizo creer a muchos de sus
comandantes. Y esta creencia forjó el milagro si bien sobre la tumba de millares de
hombres.
Por ejemplo, las divisiones blindadas 6 y 7 se mantuvieron firmes ante la muerte al
noroeste de Moscú. La séptima, que Rommel había conducido en triunfo a través de
Bélgica y Francia, y que más tarde marchó y combatió rriás de dos mil kilómetros a
través de suelo ruso luchó sin retroceder sobre un terreno que prácticamente habría de
ser su tumba.
La 162° división de infantería fue también destrozada. Los soldados se enredaban
trapos en el cuello o en las botas, y hasta trozos de alfombra atados con alambres, para
resistir la lucha a la intemperie. Muchos testigos refieren que el aliento parecía una
costra de hielo.
Al analizar estos momentos el historiador británico Liddell Hart dice: "Fue la
decisión que Hitler adoptó para no retirarse lo que desvió el pánico en esa hora negra.
Daba la impresión de tener nervios de acero... Eso iba en contra del consejo de los gene-
rales... Le señalaron que las tropas no estaban equipadas para el invierno, pero Hitler se
rehusó a oír. El ejército —dijo— no se retirará ni un solo paso. Cada hombre debe pelear en
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