DERROTA MUNDIAL - EDICIÓN HOMENAJE AL AUTOR DERROTA MUNDIAL (Edición Homenaje) | Page 162
Salvador Borrego
Real Británica y porque el Rey Leopoldo de Bélgica ya había accedido incluso a que los
ejércitos anglo-franceses atravesaran territorio belga para atacar a Alemania, según lo admite
el propio Reynaud en sus «Revelaciones». En consecuencia, los aliados disponían de un
total de 155 divisiones (2.325,000 combatientes).
En cambio, Alemania sólo había podido movilizar 130 divisiones (1.950,000 hombres)
y la amenaza bolchevique le impedía utilizarlas todas en el frente occidental
correspondiente a Francia. Por esta circunstancia Reynaud se sentía seguro: sus peritos
militares calculaban que un ataque frontal alemán sobre la Línea Maginot sería imposible
porque necesitaría sacrificar un millón de hombres para perforarla. Y si Alemania atacaba
por el flanco, automáticamente aumentaría el número de sus enemigos al enzarzarse
también en una lucha con Holanda y Bélgica.
Fue éste, precisamente, el peligroso riesgo que Hitler se resolvió a correr, y es que no
quedaba ninguna otra alternativa. Su esperanza era poder repetir la guerra relámpago que
realizó en Polonia, aunque en este caso iba a enfrentarse con un enemigo tres veces más
poderoso y con defensas incomparablemente mejores. Los franceses se daban cuenta de
esta ventaja y el agregado militar en Varsovia informó a su Gobierno —según dice
Reynaud— que en Polonia los alemanes habían gozado de un frente muy extenso, pero que
en Francia la situación sería distinta. Encajonado en los angostos sectores de penetración
posible, el ejército alemán podía ser aniquilado por las reservas estratégicas anglo-francesas.
Por dos distintos conductos Reynaud y Churchill conocieron los lineamientos generales
del plan militar de Hitler. Aunque Mussolini era aliado de Alemania, el 26 de diciembre de
1939 ordenó a su Ministro Galeazzo Ciano que revelara dicho plan a los representantes
diplomáticos aliados, cosa que Ciano hizo el 2 de enero, según lo anotó en su «Diario
Secreto». Por otra parte, el mayor alemán Helmut Reimberger, comisionado para llevar a
un cuartel el plan operativo de la ofensiva, desvió la ruta de su avión, aterrizó en Bélgica y
los documentos le fueron «capturados». Parece que esta maniobra la preparó el Almirante
Canaris, el cual era conspirador y hábilmente había logrado encumbrarse corno Jefe del
Servicio Secreto Alemán.
Aunque ante el mundo no lo parecía, la situación interna del frente de Hitler era
gravísima. Disponía de menor número de tropas que sus enemigos; se hallaba enfrascado
en una guerra que no había querido contra el Occidente; persistía la mortal amenaza del
Oriente; su plan estratégico lo conocían ya en París y en Londres, y por último, la mayoría
de sus generales no lo apoyaba. Eran profesionales eficientes, pero carecían de la llama del
ideal nacionalsocialista que había galvanizado la voluntad de las juventudes; además, su
origen aristocrático los distanciaba de Hitler, a quien en el fondo seguían viendo como el
simple cabo que fue en la primera guerra mundial.
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