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DERROTA MUNDIAL
El Primer Ministro de Francia, Paul Reynaud, dice en sus «Revelaciones» que cuando
se planeaba la ocupación aliada de Noruega, el almirante francés Darlan advirtió que se
provocaría una reacción alemana. «Churchill llegó a París el 5 de abril —añade Reynaud— y
se aprobó la colocación de las minas, pero la maniobra fue aplazada para el 7 y esta demora
permitió a Hitler tener conocimiento del asunto y preparar un golpe en contra». Es un
hecho indiscutible, aceptado por Reynaud y Churchill, que Inglaterra y Francia preparaban
la invasión de Noruega para estrechar el bloqueo de hambre contra el Reich. La invasión
alemana simplemente se anticipó a conjurar los planes anglofranceses.
Sin embargo, al iniciarse esa operación la noche del 9 de abril de 1940, el monopolio
de la información internacional la aprovechó para dar la impresión de que Alemania
devoraba cruelmente a un país débil y que las potencias aliadas se aprestaban a defenderlo.
La historia cinematográfica del villano y del héroe se aplicó al caso de Noruega. Pero la
verdad carecía de esos adornos heroicos; simplemente consistía en que las potencias
occidentales trataban de estrechar el bloqueo contra Alemania, desde las bases noruegas, y
Alemania se adelantaba a conjurar ese golpe. La víctima de esta lucha entre dos colosos era
un país débil, pero ninguno de los dos bandos tenía interés específico en él, ni para atacarlo
ni para defenderlo.
El anticipado contragolpe alemán fue una desagradable sorpresa para Inglaterra y
Francia porque debido a su dominio absoluto del mar se creían al margen de esa
contingencia. El Almirante Erich Raeder, jefe de la Marina Alemana, afirmaba que
frecuentemente las operaciones militares que violan todos los principios de la técnica de la
guerra salen airosas a condición de que se ejecuten por sorpresa. Así lo confirmó una vez
más la invasión de Noruega.
La pequeña flota alemana operó con increíble audacia, burló la vigilancia aliada y
conduciendo una fuerza de desembarco de sólo 8,850 hombres se acercó a los puertos
noruegos de Kristiansand, Stavenger, Bergen, Trondheim y Narvik, casi bajo las narices de
los barcos francobritánicos.
Semanas antes de que se iniciara la acción en Noruega, el almirante Guillermo Canaris
(jefe del Servicio Secreto Alemán y encubierto conspirador) inició un discreto sabotaje
moral contra la operación, mediante numerosos y alarmantes informes sobre los riesgos de
las contramedidas aliadas. Esto hizo titubear a varios jefes militares, quienes incluso
pidieron a Hitler que la operación se pospusiera. El general Alfred Jodl escribió entonces
en su Diario que la voluntad de actuar se estaba debilitando y que el 26 de marzo Hitler
intervino decisivamente para alentarla. Per o la intriga siguió adelante y el mayor Hans
Oster, uno de los principales colaboradores de Canaris, pidió el 3 de abril al agregado
militar holandés, Sas, que comunicara a los aliados el plan alemán de ataque. El
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