DERROTA MUNDIAL - EDICIÓN HOMENAJE AL AUTOR DERROTA MUNDIAL (Edición Homenaje) | Page 136
Salvador Borrego
En verdad era difícil suponer que el odio contra una persona —en este caso Hitler—
fuera más poderoso en Londres que la conveniencia del Imperio Británico, y que se
prefiriera aniquilar a Alemania, aunque nada pedía de Inglaterra, que dejarle el camino
libre para que se lanzara contra la URSS, cuya doctrina marxista era hostil a todo principio
de libertad, hostil al Imperio Británico y declaradamente enemiga del mundo occidental.
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Churchill fue cegado por ese odio y automáticamente se convirtió en instrumento de
otras fuerzas que desde la Casa Blanca de Washington trataban a todo trance de salvar a la
URSS. Sobre este punto el escritor norteamericano Robert E. Sherwood dice en su libro
«Roosevelt y Hopkins» que cuando la guerra empezó, Roosevelt evidenció una grave
preocupación de que fuera a llegarse a una paz negociada. Transmitió esa inquietud al
gobierno inglés e inició su «histórica correspondencia con Winston Churchill». Y es que si
Alemania llegaba a una paz negociada con Inglaterra y Francia, quedaba con las manos
libres para realizar su anunciada ofensiva contra el marxismo.
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El pueblo americano no quería la guerra. El propio Sherwood dice que ya fuera por
la experiencia de 1918 o por simpatía a la ciencia alemana, el sondeo de Roper reveló en
1939 que sólo un 2.5% de la población de Estados Unidos deseaba la intervención
occidental contra Alemania, e incluso había un movimiento que proclamaba a Hitler como
el adalid del antibolchevismo. Pero a pesar de que Estados Unidos era una democracia,
Roosevelt no actuaba de conformidad con su pueblo, sino siguiendo los consejos
prosoviéticos del grupo israelita que lo rodeaba: Wise, Baruch, Morgenthau, Frankfurter,
Untermeyer, Rosenman, etc.
Y los inconfesables propósitos de este grupo son parcialmente revelados por el mismo
Sherwood, quien agrega que el consejero Hopkins «afirmó que la cuestión de Polonia no
era, en sí, tan importante por sí misma como por representar un símbolo de nuestra
posibilidad de entendernos con la Unión Soviética.
Dijo que nosotros no teníamos
ningún interés especial en Polonia, ni propugnábamos allí una clase concreta de Gobierno».
Polonia era sólo un buen pretexto para defender al marxismo judío que desde 1917 reinaba
en la URSS.
Naturalmente que la defensa de Polonia no era lo que se buscaba, y los
acontecimientos posteriores así lo evidenciaron claramente. No se permitía que Alemania
construyera una ferrovía a través del Corredor Polaco, pero sí iba a permitirse que Rusia
absorbiese al país entero. El embajador norteamericano en Polonia, Arthur Bliss Lañe, se
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Hitler decía a su Ministro Speer: «La forma en que Inglaterra se ha deslizado hacía la guerra, es
algo singular. El hombre que llevó toda la intriga es Churchill, títere de la judería que mueve los hilos.
Al lado suyo, el pretencioso Edén, bufón sediento de dinero, y el ministro judío de la Guerra, Hore
Belisha»
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Roosevelt y Hopkins. Robert E. Sherwood.
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