DERROTA MUNDIAL - EDICIÓN HOMENAJE AL AUTOR DERROTA MUNDIAL (Edición Homenaje) | Page 125
DERROTA MUNDIAL
negarse tercamente a toda revisión pacífica... Me he decidido a hablar con Polonia el
mismo lenguaje que Polonia emplea con nosotros hace meses. Yo he prometido
solemnemente, y lo repito ahora, que nosotros no exigimos nada de esas potencias
occidentales, ni lo exigiremos nunca.
Yo he manifestado palmariamente que los límites entre Francia y Alemania
constituyen un hecho definitivo. Yo he ofrecido siempre a Inglaterra una amistad sincera, y
en caso necesario, hasta la más íntima colaboración. Pero el amor no puede ser una cosa
unilateral.
"Desde las 5.5 se le contesta a Polonia también con fuego. No pido de ningún alemán
más de lo que yo estuve dispuesto a hacer en todo momento durante más de 4 años (en la
primera guerra). Desde ahora es cuando mi vida pertenece verdaderamente en absoluto al
pueblo. No quiero ser ahora más que el primer soldado del Reich. Por ello he vestido de
nuevo aquel uniforme que fue para mí el más sagrado y el más querido. Sólo me lo quitaré
después de la victoria, o bien, no viviré este final...Sólo hay una palabra que no he conocido
nunca y es: capitulación". Testigo de aquel momento, José Pagés Llergo refiere:
"Los civiles pálidos, temblorosos por la emoción, se enjugaban las lágrimas; los
diplomáticos, asidos fuertemente del brazo del asiento, contemplaban estáticos,
electrizados, la pequeña figura que allá en la distancia se erguía en éxtasis; los militares
gritaban, casi aullaban. Afuera, medio millón de personas levantaban un murmullo sordo,
aterrador, cuando Adolfo Hitler hundía los puños sobre la mesa del Reichstag y rojo,
descompuesto, el pelo tirado en desorden sobre la frente, gritaba con los ojos bañados en
lágrimas:
“¡En estos momentos no quiero ser más que el primer soldado del Reich!"
"Sus brazos se elevaban lentos, teatrales, hacia el cielo. En aquella actitud de pedir
silencio, el tigre que hace unos momentos había sido, se transforma, genial, fantástico, en
un apóstol del germanismo que va predicando, con rara modulación de voz, su verdad, la
verdad de su pueblo.
"A mi lado una mujer solloza, conmovida. Los hombres apenas si respiran: con sus
caras cetrinas, los ojos cansados, la frente bañada de sudor por el sacudimiento nervioso,
yacen extenuados en sus asientos. En una fracción de segundos Hitler hace vibrar el
auditorio hasta el agotamiento. Su voz no es fuerte, pero la modula en tal forma, que sabe
hacerla gemir, sabe hacerla dulce, suplicante, fiera.
"El grito de 'Heil' se va extendiendo tenue, impreciso, desde la plataforma del Reichstag
hasta el anfiteatro, para convertirse en un grito ensordecedor, salvaje, que llena el edificio y
trasciende hasta la calle". Entretanto, ese mismo día 1º de septiembre el Soviet Supremo
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