Alfredo Gangotena (P)
De «Noche»
El sol ha cesado de responder en la boca de los muertos.
Desesperada, mi lengua está desesperada y asfixiada con ampollas.
El sueño que me alarga
Ya no será sino un manto de vidrio
Arrojado al desprecio,
En torno de mi palidez.
Abjuro de mi destino, los salvajes me han obscurecido la razón.
Se drena la tempestad por las erguidas trombas de mis brazos.
Para ascender a la roca prohibida de las montañas,
Mi voz se ha transfigurado.
Ella no es otra, maldita de infortunio,
Sino el vagabundo lamento en los sombríos reductos de la ciudad.
¡Oh astros,
He velado!
Mi descubierto semblante reposa en la tiniebla.
Así mi lentitud se parece a la savia abisal de los grandes océanos.
¡Espero, Señor, esta noche, esta inmensa noche,
En el agotamiento y en la ira!
Y la vigilante lámpara no ilumina
sino de sorpresa las superficies arcanas de mi corazón.
La frente cargada de presagios,
Se desprende nítidamente bajo su cielo en el alféizar de las sombras
Mi faz envuelta de esplendores.
¡Pero el aprobio, Horacio!
La claridad de mi boca
Sobre la confesión de las estremecidas bocas.
Todavía la herida está quemante
Por la enfiladura fulmínea del ala que me ha herido.
Como las rumorosas y verdes corolas de la muerte.
Las moscas se despiertan en la fulgencia
De la sal de mi dolor.
Inclinado sobre la fiebre de mi carne
Y de mis huesos,
Recuerda que vivías, amigo,
En la desordenada caída de mis venas.
Tu mirada en vilo
Sobre mi frente, sólo me ha quedado como una transparente pradera
Poesía