“ Mira , Teresa , lo que he encontrado . Alguien debió dejarlo esta mañana aprovechando el revuelo de la salida de peregrinos , con sus preguntas de última hora y sus “ buen camino ” recíprocos . Es el niño más precioso que haya visto nunca ”.
Teresa miró al pequeño , arropada bajo su faldón marrón y su blusa blanca engalanada , que contrastaba con la fachada de la catedral . Miró también a Amida y le confesó que
no había podido dormir aquella noche porque soñaba que alguien pedía ayuda , y que una vez levantada , y cansada de dar tantas vueltas en la cama , tras encender una vela blanca , se había asomado a la calle , y que había visto pasar a una mujer y a un hombre por la estrecha calle , de aspecto noble y compungido , con algunos objetos en la mano ; y que habían dejado en su puerta , después de tocar con los nudillos , un pequeño baúl con ropa de niño , pero no había hallado nada más .
No entendían por qué aquel misterioso reparto se había hecho en dos lotes , uno con todo lo que el niño necesitaba en un cofre , y otro , unos pocos metros más allá , con el cesto y el niño . Ni entendían tampoco por qué habían aparecido doce calabazas , apiladas junto al lugar habitual de despacho de pan que Teresa atendía por las mañanas a las puertas de la catedral .
Allí mismo abrieron las calabazas , ya vaciadas por dentro , mientras sostenían por turnos al niño . En cada una de ellas aparecieron escritos los nombres de aquel pequeño en diminutas cajas . En una decía “ hijo de Abdul ”, en otra “ hijo de Miriam ”, en otra “ nieto de Ibrahim ”, “ nieto de Layla ”, y así hasta completar sus ancestros . Aquella noble y joven pareja , procedente del norte de Europa , se había quedado con un hijo que no les pertenecía , cuando habían viajado hasta el sur de la península . Y ahora lo entregaban en su camino de vuelta a casa , pues la justicia venía persiguiéndoles de cerca y , muy a su pesar , habían decidido entregar al pequeño .
A pesar de ello se tomaron un tiempo la víspera , y también los días previos , para organizar la entrega . Habían buscado entre los habitantes del lugar dos seres hermosos que se ocuparían de él hasta que sus padres , avisados de su hallazgo finalmente , vinieran a recogerlo . El pequeño no venía con un pan bajo el brazo sino con tres piedras preciosas , halladas en la última calabaza , para poder mantenerlo hasta entonces .
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Ese niño no iba a quedarse mucho tiempo con ellos , pero Teresa y Amida se sintieron felices de cuidar durante un tiempo al que luego sería el más famoso filósofo de todo Al- Ándalus .
Lourdes Rad / Ateneo Burgalés