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Crémer es escritor autodidacta. La que nos ocupa puede ser una composición de su etapa última, inédita 2 . La cita es de Gabriel López Maldonado, quintilla correspondiente a Dexome el amor tirano (1586), a la que le faltaría el primer verso: “Puesto ya el pie en el estribo” 3 . En el poema vemos cómo Crémer ha conseguido depurar el estilo respecto a la expresión decorada y vehemente de sus inicios, aunque sin lograr deshacerse de esos rasgos que denotan prisa de circunstancias al elaborar los textos (lo que le acompaña de por vida). Comenzó de niño a vender una mano de periódicos en el Arco de Santa María, y, de adolescente, dejó los estudios para trabajar de mancebo de botica en la farmacia leonesa de Martín Escudero, con lo que inicia su extensa vida laboral, en la que ejercerá de negro amanuense de epístolas y discursos hasta llegar a la imprenta. No asiste a escuelas de es- critura. Se forma en la lectura de los clásicos españoles ―según puede apreciarse en la cita que encabeza el poema― y en el círculo de sus amistades juveniles. Su progresiva partici- pación en la prensa, en especial la obrera, termina por perfilar su estilo y el concepto que desarrolla de la actividad peñolera: literatura es, por igual, la que proporciona goces al es- píritu y la que remueve la avilanted, la que contribuye a que el hombre se comprenda, la que desvela la bondad del alma. La guerra de 1936-1939 pasó sobre él, con dos detenciones y con un final algo dramá- tico: tuvo que trabajar para los vencidos (como gerente en los talleres de Proa, órgano del Movimiento, en el que también escribe bajo Asterisco y Vick). Aunque no recibió los para- bienes del régimen: en 1942 fue inhabilitado por doce años y multado con ochocientas pe- setas (de lo que se le absuelve un año después); se le negó, además, permiso para instalar un quiosco. Ahí surge de nuevo el ave fénix Victoriano. El hombre que mira, cambia. Hay que escribir. Lo hace en la revista Espadaña en 1944, administrada desde su domicilio de Puerta- moneda, junto al cura A. González de Lama (que lo apadrina) y al futuro comunista Eugenio de Nora. En ese año, además, aparece su poemario Tacto sonoro, que lo sitúa en el huma- nismo tremendista. Faceta que había aparecido en Victoriano unos años antes, de la que ya entonces es consciente: «soy esencialmente dramatizador. La vida en su mayor parte no me descubre más que el lado sombrío, los tintes oscuros, las notas hondas. La vida […] se com- place en desgarrarse el disfraz de la bienandanza y mostrarme la llama de sus miserias. De ahí mi sentido dramático. Sin ser misántropo, poseo el caudal de la tristeza y de la melan- colía» 4 . Los asuntos que trata lo sitúan en la nómina de la poesía social española. 2 3 Al menos no figura en la antología Los signos de la sangre. Poesía 1944-2004 (Calambur, 2009). Puede tomarse como texto infinito, reescrito por numerosos autores ─Cervantes o Juan de Almeida─, sobre lo que Lope de Vega escribe: «La lengua hará el oficio de los ojos, pues los ojos hacen el oficio de la lengua». 4 La apreciación aparece en el artículo «Catalejo político», escrito ante las elecciones de abril de 1931 en Solidaridad Obrera, núm. 11 (La Coruña, 21-II-1931), pág. 4.