Psiquiátrico siniestro y Heridas del pasado
Psiquiátrico siniestro
El doctor Avellaneda le dijo a Don Quijote que Sancho Panza era un producto de su
imaginación. El enjuto caballero se enfureció mucho pues pensaba que lo estaba tratando
de loco; por lo cual, profirió un aluvión de amenazas, incluso intentó agredirlo, pero no pudo
hacerlo porque unos robustos celadores se lo llevaron para encerrarlo en su habitación.
Avellaneda estaba satisfecho, pues con la misma estratagema había conseguido privar
de libertad al escudero del estrafalario personaje, ninguno de los dos se interpondría entre
él y sus planes, consistentes en sustituirlos a ambos en el mundo real por un par de indivi-
duos que le eran fieles.
Todo iba según había previsto, pero al mirar al exterior por la ventana de su despacho,
se sobresaltó al ver que el inspector Cervantes, acompañado por dos de sus hombres, se
bajaba del coche que acababa de aparcar frente al hospital psiquiátrico y entraba en él.
“Seguro que lo sospecha todo y da al traste con la obra maestra que he pergeñado”,
se dijo, mientras pensaba qué iba a responderle al avezado detective cuando comenzase a
interrogarlo.
Heridas del pasado
“Nos lo has contado muchas veces, mamá”, te decíamos cada vez que rememorabas
aquel funesto día: el cielo oscuro de una noche de invierno, las nubes fantasmagóricas, el
viento agitando las hojas de los árboles, la luz agónica de las farolas... Y nuestro padre, ma-
niatado, entre dos hombres, girando el cuello a cada paso que daba para mirar, desde la
plaza desierta, el balcón de nuestra casa donde tú gemías y llorabas desesperada; mientras
nosotros, que entonces éramos unos niños, llorábamos también abrazados en nuestra habi-
tación. No lo volvimos a ver. Nuestro padre fue uno más de los miles de fusilados de la guerra
civil española.
Hoy, tras muchos años de indagaciones y de luchas, ha sido posible recuperar sus hue-
sos. A mis hermanos y a mí se nos han saltado las lágrimas ante esos restos, ante esa ca-
lavera, ante esas cuencas vacías donde antaño estuvieron los ojos que te buscaron a ti,
mamá, con miedo y tristeza, aquella terrible noche. Dentro de poco, descansaréis juntos en
el panteón familiar.
Enrique Angulo Moya