culdbura nº 13 Culdbura 13 | Page 14

No obstante, hombre bondadoso y cristiano cabal, agradecía tener una familia que le colmaba de felicidad y que nunca hubiera faltado el pan en su hogar. De hecho sus tres hijas, Beatriz, Leonor y Antonia, habían sido educadas en el convento de las monjas agustinas. También el producto de su trabajo había alcanzado para comprar una heredad con su huerta, de la que se ocupaba Dolores con ayuda de las niñas. La cosecha de granos, frutas y hortalizas, proveía el consumo doméstico y el excedente, era vendido en el abasto del pueblo. Cavilaba sobre estas cosas, sin olvidar la inminente llegada de su sobrino Agustín, enviado desde Arévalo por sus padres para intentar aprender el oficio familiar. No sabía si eso resultaría una ayuda para el taller o una carga para su casa. De cualquier manera, había decidido complacer los deseos de su único hermano. Ya habría tiempo de evaluar las condiciones del aprendiz, a quien no veían desde pequeño. A la salida de misa del siguiente domingo, en el atrio románico de San Nicolás, les aguardaba Agustín. Era un joven veinteañero, alto, bien parecido y ataviado con pulcritud. El pelo rojizo arremolinado, potenciaba el brillo de sus ojos risueños. Un atado con ropas y un cesto con setas, olivas, dulces y nueces para los hospitalarios tíos, completaban su equi- paje. Durante el almuerzo dominical, el llegado se mostró alegre y locuaz. Dio noticias sobre sus padres y contó con gracia los intentos vanos de éstos para encauzarlo al sacerdocio. La categórica opinión del obispo de Oviedo bajo cuya tutela había vivido unas semanas, había terminado con la ilusión paterna. El relato ilustrado con la imitación del asturiano acusándole de algunas picardías, había disparado la hilaridad de todos. Agustín les confió, había disfrutado desde muy niño del placer por el dibujo. Al advertir que con esto había despertado la curiosidad de la familia, pidió permiso para mostrar algunos bocetos que traía consigo y su tío al verlos, se sorprendió. Apuntes a lápiz de una Sagrada Familia con influencias inocultables de Leonardo, se encontraban fragmentados en varios fo- lios. La definición de las formas, las líneas de fuga, el sombreado de los mantos y la firmeza de los bellos trazos, provenían de una mano dotada y hábil. Juan Francisco se alegró. La principal condición de un buen orfebre, era saber pro- yectar con exactitud y en escala perfecta. La lección primera, sin duda la más tediosa que debía ofrecer a su discípulo, parecía estar bien aprendida. Leonor, la segunda de sus hijas había permanecido callada mientras comían. Un ex- traño cosquilleo en la boca del estómago le sorprendió y apenas probó bocado. Advirtió que no podía apartar los ojos de los de su primo e intentó disimular su turbación ajetreando fuentes y platos. El amplio taller se encontraba a poca distancia de la casa. Allí habían aprendido el oficio Juan Francisco, también su padre y su abuelo. También allí tendría su abrigo, lavabo, cuja y jergón, el recién llegado. Esa misma tarde, tío y sobrino se instalaron a examinar docenas de dibujos que el artista guardaba en polvorientos carpetones. Disfrutaba por fin, tener quien los discutiera y quizá, quien los valorara. Por la noche, Juan Francisco confió a Dolores su agrado por la inteligencia viva y el interés en aprender que demostraba su sobrino. Alentaba fuera el eslabón ya casi inesperado para continuar la familiar cadena del oficio. Aprovechó su mujer para reprocharle con ternura el gasto innecesario de los prende- dores de plata para las niñas y obtuvo por respuesta un abrazo tierno y conocido, al que se entregó callada y gozosa. En Madrigal de las Altas Torres, donde nunca nada pasaba, con la integración de Agus- tín a la familia y al aprendizaje, hubieron novedades inesperadas. La madre superiora de las agustinas, convocó a Juan Francisco para el encargo de un significativo proyecto. En el cenobio, antiguo palacio cedido por Carlos V a la orden a través del Marqués de Oropesa, al tiempo de retirarse aquél en Yuste, se encontraban los enterramientos de su propia hija la infanta Juana, el de Isabel de Barcelós, abuela materna de Isabel la Católica,