Borges inesperado
Desde Buenos Aires, Argentina
Nunca esperé visitar el fantástico mundo que habitaba Jorge Luis Borges. Borges, quien
había fascinado mis lecturas juveniles con su prosa musical y perfecta. Borges, fundador mí-
tico de Buenos Aires de la que siempre me sentí devoto ciudadano. Borges, paradigma del
sentido ético de la vida. Borges, asombrado por Sarmiento y por su obra educadora. Borges,
sus milongas por cuartetas y aquella esquina rosada. Borges, quien
me permitiera morir con Narciso Laprida en su Poema Con-
jetural. Borges, feliz conjunción de inteligencia y de talento.
Un encuentro fortuito en los años sesenta, brindó la
oportunidad para que me explicara que la amistad de su
abuelo el coronel Francisco Borges con mi tatarabuelo el co-
ronel Benito Machado, lo habían motivado a incluir el nom-
bre de éste en el cautivante relato: Biografía de Tadeo
Isidoro Cruz.
Nuestros antepasados se vieron por última vez com-
batiendo bajo las órdenes del general Mitre en la aciaga ba-
talla de La Verde, en la que Borges perdió la vida y Machado
resultó gravemente herido.
Quince años más tarde, la voz cálida de Adolfo Bioy
Casares sonaba preocupada a través del teléfono: su dilecto
amigo requería asistencia médica.
Acudí a su casa de inmediato. Al entrar, me sorprendió
la perfecta sencillez que adornaba el departamento de la
calle Maipú. Borges me aguardaba sonriendo y balbuceando
tímidos agradecimientos que trasuntaban su resignación por
tener que ocuparse de las cosas del cuerpo.
Me permitió que lo examinara. Conocí así su dormito-
rio, que remedaba una celda monacal, con su también mo- desto camastro. Una lámina con
un tigre de Bengala hacía marco a su cabecera. Recostado, recorriendo con su mano derecha
la desnuda pared vecina, me confió que acariciar su frialdad era una forma de despertar y
establecer así el límite entre lo onírico y lo real.
Repasé con cuidado sus exámenes y finalmente, le propuse operarlo. Sin interponer
preguntas ni requisitos de tipo alguno, aceptó de inmediato.
Con su clínico, Alejo Florín, programamos su internación en la forma más discreta po-
sible, pero inexplicablemente fracasamos. Una guardia de periodistas nos sitió sin darnos
respiro desde el momento mismo de su internación en CEMIC el 3 de septiembre de 1979.
María Kodama estuvo a su lado. Borges demostraba una ansiedad inocultable por saber
si ella se encontraba cerca y la reclamaba con éxito.