Cuentos que me contaron de la Vía Férrea Cuentos que me Contaron de la Vía Férrea | Page 35
rancho requería de un acompañante con mucho valor;
a partir de entonces, los baños al final del solar se
tomaron antes de la caída del anochecer. Sus
apariciones resistieron la presencia del señor Matías,
único
curioso
herramientas
del
pueblo,
apropiadas,
y
conocedor
experto
en
de
las
aplicar
oraciones y ritos para desarticular los conjuros
previos del difunto enterrador, dueño del tesoro, y en
diseñar estrategias para enfrentar tales desconocidas
e imprevistas fuerzas etéreas; quién en compañía de
Papá y mi cuñado Nerio, pasearon la “aguja” a las
doce en punto de la noche del Viernes Santo por todo
el patio en búsqueda del indiscutible entierro. A pesar
de que encendieron la vela de la candelaria para
alejar los malos espíritus saboteadores del acto, de
haber rociado con abundante agua bendita para la
protección de los presentes el lugar preciso señalado
por el vaivén de la aguja, de trancar el entierro con
cruces
de
palma
bendita
para
impedir
su
desplazamiento, el boquete que abrieron en la tierra a
punta de barretón y pala sólo mostró un pozo de agua
en el fondo a la luz del pabilo bendito. Fue quizás la
mala intensión de uno de los presentes o la
incredulidad de otro sobre la trascendencia del acto;
tal vez la aguja no contenía suficiente azogue o el
“fuerte” de plata vertido en su interior no estaba bien
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