Cuentos que me contaron de la Vía Férrea Cuentos que me Contaron de la Vía Férrea | Page 13
Azucarero en el Batey; pasamos por Mene grande,
San Lorenzo y Bachaquero, y nos instalamos en la
calle El Tubo, finalmente. Aunque Mamá siguió
acompañando a Papá mientras yo me quedaba con mi
hermana Aya para asistir a la escuela y el liceo. El
viaje lo internalicé en mis venas, muchas veces viví la
recogida de los pollos y las gallinas, del par de
cochinos y el perrito de turno que nos acompañaba,
las hamacas, los trastes de cocina de Mamá, sus
santos y la caja metálica con el rosario en su interior,
la peinilla, el hacha y la tapara
de Papá, para
mudarnos a otro sector del sur del lago en búsqueda
de otras experiencias. Viene a mi mente la imagen del
nuevo patio por descubrir y el platanal por escudriñar,
el potrero por descifrar, la vaquera para merodear, el
pollino para pasear, el camellón por recorrer, el caño
para retozar, la escogencia del árbol de buena sombra
para acampar en las tardes y aquel otro de maromear
entre sus ramas. Sin embargo, las partidas y los
aterrizajes
en
fincas
y
haciendas
de
la
vía
ferrocarrilera las sobreviví con el amor exprofeso de
mi amada madre y amado padre; para mí, fueron
sublimes
experiencias
que
profundizaron
las
querencias por el campo, la tierra, la cosecha y el
ordeño, y me enseñaron a valorizar el sudor en la
frente de quien la labra y la atiende.
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