Cuentos policiales 6to B | Page 4

El caso de la bóveda vacía

Iñaki Mujica

El 19 de Mayo de 2004 a las 2:50 PM, Balendi Alzaga recibió una llamada, al atender escuchó la voz del detective Francisco González.

—¡Señor González! ¿Cuál es el motivo de su llamada?—dijo Balendi.

—Escuché la noticia de que la bóveda del banco de Roma ha sido saqueada de la noche a la mañana, sin activar ningún tipo de alarma, quería que me ayudara a resolver el caso—dijo González.

—¡Por supuesto, hablaré con mi compañero y emprenderé viaje!

—Los esperamos, buen día—dijo González y cortó.

Balendi fue a la casa de su compañero Yeray Rabagliati. Cuando llegó, tocó el timbre, unos segundos después abrió la puerta un hombre alto, rubio, con ojos azules y con un libro en la mano derecha.

—¡Balendi! ¿Cómo está?—dijo Rabagliati

—¡Muy bien, amigo Yeray!

—Pase, pase.

Ya dentro de la casa, Balendi le explicó a Yeray el caso de la bóveda.

—Me encantaría acompañarlo en este magnífico caso. ¿Cuándo partimos a Roma?

—Tengo boletos de tren para las cinco, dentro de 2 horas—dijo Balendi.

—Muy bien. Ya voy guardando mis cosas.

—Lo espero afuera.

Después de diez minutos, Balendi y Yeray se fueron a la parada del tren. Transcurrieron cincuenta minutos y los dos pudieron subir.

Tres horas más tarde llegaron a Roma y fueron al banco. Se encontraron con el detective Francisco.

—Hola, qué bien que llegaron—dijo González.

—Quiero ver la escena del crimen ahora—dijo Balendi.

—Está bien, ahora los llevo—dijo Francisco.

Pasaron por un pasillo muy largo y ancho y llegaron a la bóveda.

Una puerta muy grande estaba delante de ellos, el señor González agarró una llave pequeña y la insertó en la puerta.

—Me la dio uno de los empleados, todos tienen una llave como esta.

Una vez abierta, pudieron entrar a la bóveda. Estaba completamente vacía, no había rastro alguno de huellas, ni había quedado un poco.

—¡Esto sí que es un problema!—dijo Rabagliati.

—Si quieren, les puedo decir los sospechosos del robo—dijo Francisco. Mientras los llevaba a una sala, Balendi estaba sin decir palabra.

Una vez que llegaron a una sala grande, decorada y silenciosa, Francisco habló.

—Los sospechosos son: Simón Lagomarsino, estaba en el banco cuando se descubrió el robo y tenía bastantes monedas de oro en el bolsillo. Mauricio Secco, se fue apresuradamente después del robo y Lucio Barnes, uno de los empleados, que no vino al trabajo el día del robo, ayer, y sigue sin aparecer.

—Quiero ir a ver a cada uno—dijo Balendi.

Primero fueron a ver a Simón Lagomarsino. Al llegar a su casa, los atendió un señor bajito, con ojos verdes, pelo canoso y con muchas arrugas.

—¿En qué los puedo ayudar?—preguntó Simón.