Entonces fuimos los dos al muelle. Cuando llegamos nos escondimos detrás de una columna, empezamos a escuchar, oímos que decían: “Cuando vengan seguramente no tenga los billetes, así que agarran dos sillas, los atan de espaldas y los tiran al agua.”
Entonces salimos de la columna, él peleo con los hombres y yo amenacé al líder con la pistola e imagínense la sorpresa cuando me di cuenta que era el mismo hombre del bar de enfrente de casa. En ese momento, fue tiempo suficiente para que se dé la vuelta, me agarre, me siente en la silla y me ate. Y eso hizo, cuando me di la vuelta estaba Félix atado junto a mí.
Nos empezaron a empujar hasta que nos tiraron al agua. Una vez allí saque mi navaja y corté la soga. Cuando subimos, llamé a la policía, quienes llegaron justo a tiempo para agarrar a los farsantes.
Me tomaron declaraciones. Les conté lo que había pasado y me creyeron. De este modo se descubrió de donde venía la faltante de azúcar en la ciudad. Que por cierto, era porque estaba loco, se tomaba una taza de té cada dos segundos y lo odiaba sin azúcar.
Así que me volví tranquila y contenta a mi casa. Y Félix también regresó a la suya contento de haber colaborado en el caso.