Al año siguiente organizamos una merienda en la casa de Sebas, él y yo éramos los invitados especiales junto a Luis, que así se llamaba el enmascarado arrepentido. Nos agradeció sincera y eternamente nuestra colaboración y por haberlo ayudado a demostrar la verdad y su inocencia.
Aquí termina mi historia de unos de los primeros casos que presencié en mi vida. Pero no es el único, hay más que tal vez se los cuente, no hoy, tampoco mañana, sino que cuando verdaderamente haga falta. Y a todos esos y esas chicos y chicas que quieran convertirse en detectives, les doy unos simples y humildes consejitos: déjense llevar por sus corazonadas, investiguen y básense en sus hipótesis, aprendan de maestros como Sherlock Holmes, Auguste Dupin y Hercules Poirot y sobre todo ejerzan su curiosidad, coeficiente intelectual, inteligencia, imaginación y creatividad hasta límites insuperables, o si no, hasta donde se les dé la gana.