Cuentos policiales 6to B | Page 22

-No creo que la haya practicado- dijo el detective- así que, por favor, ¿podría darme todos sus papeles de compras con tarjeta, efectivo? Ah, sí, y también deme los papeles de ese terreno que compró en el campo y las llaves de la cabaña, se lo agradecería mucho.

- Pppero señor, yo no fui, es completamente absurdo, nací en los cincuentas, ¿cree que pude haber hackeado una cámara de seguridad?

-Yo nunca dije eso, así que no me niegue los papeles, si quiere la acompaño a buscarlos al banco, es sábado, no tengo nada que hacer.

Dos horas más tarde, ya estaban en el banco recogiendo los papeles y cinco horas después, ya estaban en un hermoso terreno de matorrales altos, revisando con la policía cada hectárea. Lo mejor pasó cuando entraron en la pequeña cabaña, donde había unas personas con capas negras con capucha recitando unas palabras en latín, todos fueron a la comisaría donde confesaron ser parte de una secta que le quitaba los ojos a personas, luego los quemaban y se inyectaban el líquido que chorreaban en sus ojos. A eso era a lo que le llamaban “insignias” y si algún grupo no llevaba los ojos al final de cada semana, se les quitaba el líquido de los ojos, volviéndolos ciegos hasta que se inyectaran otra dosis. Los que habían matado al hombre eran Telmor Darwin, uno de los secuestradores, Marya Laryusklein, la hacker, y Timothy Kendall, el otro secuestrador.

A todas las personas de la secta se las llevaron a prisión por múltiples asesinatos y la señora Laiara Madison Sherchiss, también conocida como “El Amo del Matorral” fue condenada a cadena perpetua y posible pena de muerte.

Al otro día, un jueves, ya que el juicio había sido el miércoles, Max consiguió más sangre para su colección, que sacó de la autopsia y Morgard estaba feliz escribiendo en su libreta el caso, ya que no lo llamaban muy a menudo, por su carácter. Él escribía el caso desde su punto de vista, el de Laiara y del guardia que encontró el cadáver, hasta que en cierto punto fue interrumpido por su compañero, quien se animó a preguntar por qué Laiara llamaría a un detective como él, que nunca comete un error en un caso para que resuelva un crimen que ella misma había cometido.

-¿En serio?- se quejó el detective. -¿Para eso me interrumpe? ¿No sabe sacar tus propias conclusiones? Ah, no, ¡claro! Porque usted no tiene un CI de 133 como yo, así que te lo voy a tener que explicar.

Ella me llamó, porque si no me llamaba era mucho más evidente que quería esconder algo, y pensó que podía engañarme diciéndome que nació en los cincuentas, pero eso es una mentira. Ella nació en los ochentas, era joven, pero contrató al mejor maquillador de esta ciudad, me enteré de esto mientras revisaba los papeles de todas y cada una de sus compras de este mes, y había adquirido el puesto hacía poco, así que nunca se imaginó que yo sospecharía de ella. Nunca pensó que yo le iba a pedir sus datos, un poco tonta, porque un detective tan bueno como yo siempre pide los datos de todas las personas que podrían llegar a ser culpables y, por si te importa, descubrí que a ella le interesaban los ojos porque nació ciega y debió someterse a una operación de córnea.

– Ahhh, balbuceó el ayudante… ahora entiendo. Usted, Morg; es completamente brillante!

-Sí, ya lo sé, hijo, no tiene que mencionarlo, ya me lo dijeron muchas personas, pero acepto igual tu cumplido.

Máximum puso mala cara mientras continuaba clasificando su sangre en tubitos de ensayo con etiquetas y Morgard siguió escribiendo en su libreta.

Fin